Episodios:
Ep 01: La llegada Ep 02: El grito del despertar
El mundo de MOZ
Ep 03: La tribu
A una distancia de lo que la tribu llamaría "la marcha de una mañana", hacia el lado oriental de la isla, la geografía se elevaba en una masa de roca erosionada, una montaña rocosa cuyas raíces se hundían en el suelo primordial. Entre dos de esos gigantescos contrafuertes de piedra, la erosión y la labor de incontables generaciones de criaturas habían excavado un complejo de cavernas oscuras y húmedas: el precario hogar de los seres bárbaros.
Frente a la matriz de cuevas, ya en el suelo de la isla, se extendía una especie de plaza circular, una mancha de tierra estéril y rocas sueltas, un peladero imperfecto donde la vegetación se negaba a crecer y donde la tribu realizaba sus escasas ceremonias y reuniones. Era un lugar marcado por el paso de cientos de pies descalzos y el olor perpetuo a humo rancio y sangre seca.
Y en el centro de ese lugar desolado se alzaba un menhir.
Era una masa rústica y burda, de formas toscas, un intento fallido de geometría tallado hace quién sabe cuántos ciclos de lunas. Intentaba ser rectangular, pero sus lados eran desiguales y ásperos, con la superficie marcada por la intemperie. Se alzaba cerca de cuatro metros de altura, una columna muda de fe pétrea. En su parte superior, un símbolo extraño y profundamente rudimentario estaba tallado, una simple y gruesa espiral que representaba al sol o a algún espíritu de la montaña, la marca de una creencia tan antigua como la cueva. Era el eje del mundo para esta tribu, el altar de sus miedos y plegarias.
Era la mitad del día. El sol quemaba con ferocidad, pero el calor no era la causa del alboroto que se apoderó de la plaza.
La tribu ya estaba intranquila. El surgimiento de la Pirámide Negra, el rugido que había resonado desde la tierra, había destrozado el orden natural de sus supersticiones. Ahora, la alarma se convirtió en un pánico histérico cuando el pequeño grupo de exploradores que había ido a investigar regresó.
Llegaron encorvados y temerosos, sus cuerpos sucios temblando, y detrás de ellos, proyectando una sombra que devoraba la luz del día, venía el Titán, la abominación de tres metros de músculo y pesadilla.
La tribu se convirtió en una masa bulliciosa. Cientos de gritos guturales se alzaron en la plaza, sonidos más parecidos a los chillidos de simios aterrorizados que a un lenguaje articulado. Era el sonido de la conciencia primitiva enfrentándose a un dios de musculo y carne. Varios de los bárbaros corrieron, presas del instinto, a ocultarse en las grietas y las oscuras bocas de sus cavernas. Otros permanecieron congelados, observando con los ojos desorbitados, temerosos pero incapaces de apartar la mirada del gigante.
El más anciano de todos, el líder, gruñó feroz. Era un hombre viejo, encorvado por la edad y la violencia, cubierto de collares de huesos y trapos sucios. Sus ojos inyectados en sangre miraron al grupo que regresaba, y a través de una serie de sonidos articulados y gruñidos que pasaban por ser un idioma, exigió saber lo sucedido. Los exploradores respondieron con el mismo balbuceo frenético, señalando al venido de las estrellas con dedos temblorosos.
En ese momento de confusión, una rápida secuencia de imágenes de un pasado inmediato —un flashback sangriento— irrumpió en la mente de todos.
Vieron el aterrizaje del Titán, su cuerpo perfecto y pálido, y la abrumadora sensación de divinidad que emanaba. Casi todos los exploradores se habían arrodillado de inmediato, entendiendo la ley no escrita de la supervivencia. Pero hubo un par que se negaron, dos guerreros jóvenes e imbéciles, cuya arrogancia tribal les ordenó atacar.
Alzaron sus palos y mazas nudillosas contra el gigante. El ataque fue ridículo. El ser de la pirámide, sin siquiera inmutarse, ejecutó un movimiento que fue más un bostezo que una defensa. Esquivó la maza del primero con un ligero movimiento de cabeza, y detuvo el ataque del segundo simplemente apretando su mano alrededor del palo de madera, fracturándolo en astillas.
Y luego, los matliquidó.
Fue rápido, brutal y definitivo. A uno, lo tomó por la cabeza, y con un solo y breve estallido de poder, aplastó el cráneo hasta convertirlo en una cáscara semi hueca con tejido cerebral chorreando por sus dedos. Al otro, le dio un golpe de revés que le arrancó la mandíbula y lo lanzó contra un árbol. Su agonía no duró un segundo. El impacto silenció la vida en su cuerpo. El titán no mostró emoción, solo la eficiencia de una máquina de matar.
El flashback terminó.
Ahora, el ser implacable de la pirámide había caminado con los bárbaros aterrorizados hasta la plaza. Sin detenerse, dio un paso adelante y, con un movimiento casual y despectivo, dejó caer al suelo, justo a los pies sucios del viejo líder, las cabezas cortadas y ensangrentadas de los dos guerreros desafiantes.
Los gritos y el alboroto se multiplicaron en la muchedumbre. El pánico alcanzó una intensidad insoportable. Muchos de los que permanecían en pie rompieron a correr. La mayoría restante se arrodilló de inmediato, hundiendo el rostro en el polvo, temblando convulsivamente ante la exhibición de poder y desprecio.
El viejo líder no huyó. La visión de la sangre de su tribu, la ofensa de la cabeza inerte a sus pies, encendió su mente primitiva. El anciano enloqueció, transformando su gruñido en el aullido histérico de un simio rabioso. Tomó su arma, una lanza corta con punta de hueso, y se abalanzó contra el Titán con una ferocidad suicida.
La lanza se estrelló contra el torso de su objetivo. El sonido fue un seco thunk, más parecido a una piedra golpeando una losa de mármol que a un arma penetrando carne. El hueso de la punta de la lanza rebotó y se astilló en pedazos inútiles. La piel pálida y rugosa, ni siquiera se había magullado.
El gigante no se molestó en esquivar. Ejecutó un movimiento veloz. La mano, de un tamaño desproporcionado, se cerró alrededor del cuello del viejo líder. Con un solo brazo, lo levantó del suelo.
El viejo intentó gritar mientras se asfixiaba, sus pequeños pies descalzos pataleando en el aire sin tocar nada, sus manos intentando arañar el antebrazo musculoso. Sus ojos se inyectaron de sangre por la presión, su rostro se puso morado. La lucha duró solo unos segundos, una danza grotesca de un insecto atrapado en un puño de hierro.
Y entonces, el puño se apretó. No fue un estrangulamiento lento. Fue una fractura.
Un crujido húmedo y terrible, como el de una rama gruesa al romperse, resonó en la plaza. Los huesos del cuello del viejo líder se hicieron pedazos entre los dedos feroces. El cuerpo del anciano dejó de luchar y se desplomó, inerte, un saco de trapos y carne inútil colgante.
El Titán lo mantuvo un segundo más, antes de arrojarlo a un lado, como si fuese un desecho, un trozo de basura biológica que había cumplido su función.
Un silencio de tumba cayó sobre la plaza. Todos los presentes que aún tenían la capacidad de moverse, se arrodillaron y agacharon la cabeza, postrándose en el polvo. El terror había impuesto un nuevo orden.
El imponente ser caminó, sus pies gigantescos levantando pequeñas nubes de tierra. Se detuvo al lado del enorme menhir tosco, la columna de la fe tribal, y lo observó por unos segundos, como midiendo su significado. Era un símbolo de un poder que ya no tenía cabida en su nuevo mundo.
El Titán se decidió. Con un giro de su cuerpo de ingeniería perfecta, lanzó una larga y potente patada. El pie cortó el aire con un silbido y chocó contra la base de la columna de piedra. No fue solo fuerza; fue la precisión de un martillo de demolición.
El menhir se tambaleó. La tierra tembló. Con un estruendo que pareció durar una eternidad, el antiguo tótem de la tribu se fue hacia atrás, cayendo de forma espectacular y haciéndose pedazos al impactar contra el suelo, pulverizado en decenas de rocas.
La tribu gritó, pero no de dolor o desafío, sino de súbita revelación. Los más temerosos se arrodillaron con más fervor, abrazando la tierra.
Entonces, la masa de músculos perfectos se paró en el medio exacto de la plazoleta, donde antes había estado el menhir. Al no llevar ropajes, elevó su puño musculoso hacia el cielo radiante. Su voz, potente y vibrante, resonó en la roca y la caverna.
"¡Yo soy... MOZ!"
Y toda la tribu se comenzó a arremolinar a su alrededor, hombres, mujeres y niños, arrastrándose y arrodillándose mientras gritaban, con sus voces guturales ahora unificadas en un coro de adoración improvisada:
"¡MOZ! ¡MOZ! ¡MOZ!"
Un dios había caído. Un nuevo, y terrible amo había tomado su lugar.
Continuará?
ENGLISH VERSION
Episodes:
Ep 01: La llegada Ep 02: El grito del despertar
The World of MOZ
Ep 03: The Tribe
At a distance of what the tribe would call "a morning's march," toward the eastern side of the island, the landscape rose into a mass of eroded rock, a rocky mountain whose roots plunged into the primordial soil. Between two of these gigantic stone buttresses, erosion and the labor of countless generations of creatures had carved out a complex of dark, damp caverns: the precarious home of the barbarian beings.
In front of the network of caves, on the island's mainland, lay a kind of circular plaza, a patch of barren earth and loose rocks, an imperfect wasteland where vegetation refused to grow and where the tribe held its few ceremonies and meetings. It was a place marked by the passage of hundreds of bare feet and the perpetual smell of stale smoke and dried blood.
And in the center of this desolate place stood a menhir.
It was a rough, rustic mass, crudely shaped, a failed attempt at geometry carved who knows how many lunar cycles ago. It tried to be rectangular, but its sides were uneven and jagged, its surface weathered by the elements. It rose nearly four meters high, a silent column of stony faith. At its top, a strange and profoundly rudimentary symbol was carved, a simple, thick spiral representing the sun or some mountain spirit, the mark of a belief as ancient as the cave itself. It was the axis of the world for this tribe, the altar of their fears and prayers.
It was midday. The sun burned fiercely, but the heat was not the cause of the commotion that gripped the plaza.
The tribe was already restless. The emergence of the Black Pyramid, the roar that had resounded from the earth, had shattered the natural order of their superstitions. Now, the alarm turned into hysterical panic when the small group of explorers who had gone to investigate returned.
They arrived hunched over and fearful, their filthy bodies trembling, and behind them, casting a shadow that devoured the daylight, came the Titan, the three-meter-tall abomination of muscle and nightmare.
The tribe erupted into a boisterous mass. Hundreds of guttural screams rose in the plaza, sounds more like the shrieks of terrified apes than articulate language. It was the sound of primal consciousness confronting a god of muscle and flesh. Several of the barbarians ran, driven by instinct, to hide in the crevices and dark mouths of their caves. Others remained frozen, staring wide-eyed, fearful but unable to tear their gaze away from the giant.
The oldest of them all, the leader, growled ferociously. He was an old man, bent with age and violence, covered in necklaces of bones and filthy rags. His bloodshot eyes stared at the returning group, and through a series of articulate sounds and grunts that passed for a language, he demanded to know what had happened. The explorers responded with the same frantic babble, pointing at the one who had come from the stars with trembling fingers.
In that moment of confusion, a rapid sequence of images from the immediate past—a bloody flashback—burst into everyone's mind.
They saw the Titan's landing, his perfect, pale body, and the overwhelming sense of divinity that emanated from him. Almost all the explorers had immediately knelt, understanding the unwritten law of survival. But there were a couple who refused, two young, foolish warriors, whose tribal arrogance compelled them to attack.
They raised their clubs and knuckle-tipped maces against the giant. The attack was ludicrous. The being in the pyramid, without even flinching, executed a movement that was more of a yawn than a defense. He dodged the first man's mace with a slight nod of his head, and stopped the second's attack simply by squeezing his hand around the wooden stick, shattering it into splinters.
And then, he liquidized them.
It was swift, brutal, and decisive. He grabbed one by the head, and with a single, brief burst of power, crushed the skull into a semi-hollow shell with brain matter oozing from his fingers. He delivered a backhand blow to the other that ripped off his jaw and sent him flying against a tree. His agony didn't last a second. The impact silenced the life in his body. The titan showed no emotion, only the efficiency of a killing machine.
The flashback ended.
Now, the implacable being in the pyramid had marched with the terrified barbarians to the plaza. Without pausing, he stepped forward and, with a casual, contemptuous movement, dropped the severed and bloodied heads of the two defiant warriors to the ground, right at the old leader's filthy feet.
The shouts and uproar multiplied in the crowd. Panic reached an unbearable intensity. Many of those who remained standing broke into flight. The majority of the rest immediately knelt, burying their faces in the dust, trembling convulsively at the display of power and contempt.
The old leader did not flee. The sight of his tribe's blood, the affront of the lifeless head at his feet, ignited his primal mind. The old man went mad, transforming his grunt into the hysterical howl of a rabid ape. He seized his weapon, a short spear tipped with bone, and lunged at the Titan with suicidal ferocity.
The spear crashed into its target's torso. The sound was a dry thunk, more like a stone striking a marble slab than a weapon piercing flesh. The bone at the tip of the spear bounced off and splintered into useless pieces. The pale, wrinkled skin wasn't even bruised.
The giant didn't bother to dodge. He executed a swift movement. His disproportionately large hand closed around the old leader's neck. With a single arm, he lifted him off the ground.
The old man tried to scream as he choked, his small, bare feet kicking in the air without touching anything, his hands trying to claw at the muscular forearm. His eyes bloodshot from the pressure, his face turning purple. The struggle lasted only a few seconds, a grotesque dance of an insect trapped in an iron fist.
And then, the fist tightened. It wasn't a slow strangulation. It was a fracture.
A wet, terrible crack, like a thick branch snapping, echoed through the plaza. The bones of the old leader's neck shattered between the ferocious fingers. The old man's body ceased its struggle and collapsed, inert, a sack of rags and useless flesh dangling from the ground.
The Titan held him for another second before tossing him aside, as if he were refuse, a piece of biological waste that had served its purpose.
A deathly silence fell over the plaza. All those present who still had the ability to move knelt and bowed their heads, prostrating themselves in the dust. Terror had imposed a new order.
The imposing being walked, its gigantic feet raising small clouds of earth. It stopped beside the enormous, rough-hewn menhir, the pillar of tribal faith, and observed it for a few seconds, as if measuring its significance. It was a symbol of a power that no longer had a place in its new world.
The Titan made up its mind. With a twist of its perfectly engineered body, it launched a long, powerful kick. The foot sliced through the air with a whistling sound and crashed against the base of the stone column. It wasn't just strength; It was with the precision of a wrecking hammer.
The menhir wobbled. The earth trembled. With a crash that seemed to last an eternity, the tribe's ancient totem tumbled backward, falling spectacularly and shattering into pieces upon impact with the ground, pulverized into dozens of rocks.
The tribe cried out, not in pain or defiance, but in sudden revelation. The most fearful knelt with even greater fervor, embracing the earth.
Then, the mass of perfect muscles stood in the exact center of the plaza, where the menhir had once stood. Wearing no garments, he raised his muscular fist toward the radiant sky. His voice, powerful and vibrant, echoed through the rock and the cavern.
"I am... MOZ!"
And the whole tribe began to swarm around him, men, women, and children, crawling and kneeling as they shouted, their guttural voices now unified in a chorus of impromptu worship:
"MOZ! MOZ! MOZ!"
A god had fallen. A new, and terrible, master had taken his place.
To be continued?
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