¿No oyen jugar a los niños?
Nunca se pudo recuperar de aquella noche y todos nos dimos cuenta. Salimos temprano a lo que serían nuestras últimas vacaciones de la universidad. Más que el placer de hacer un viaje, nos entusiasmaba la idea de apartarnos de los libros, de la ciudad y de nuestra familia. Nelson nos había dicho que conocía un lugar perfecto para pasar aquellos días y le creímos: ciegos nos dejamos llevar por lo que dijo.
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El primer día lo pasamos en carretera. El carro tuvo un desperfecto y debimos alojarnos en un hotel de mala muerte. Allí fue cuando nos enteramos que Nelson no conocía el lugar al que íbamos sino que sabía de él por una revista. Estuvimos a punto de devolvernos, pero una fuerza extraña nos hizo seguir el viaje.
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Al llegar al pueblo, nos dimos cuenta que estaba desolado y no era ni la cuarta parte de lo que Nelson nos había dicho. Sin embargo, nos quedamos y fuimos a un río que era por lo que habíamos ido. El río sí parecía sacado de un sueño y nos metimos inmediatamente. Cuando al fin dejamos de nadar y salimos a la superficie, Nelson comenzó a mover la cabeza de un lado a otro y preguntó: ¿Escuchan? Todos guardamos silencio y luego movimos la cabeza. Fue cuando Nelson dijo: ¡Hay unos niños jugando alrededor nuestro!
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Sin prestar atención a lo que nos había ocurrido en el río, decidimos pernoctar en una casa casi abandonada. Allí, en mitad de la oscuridad, Nelson volvió a preguntar: ¿Escuchan? Así pasó toda la noche y aunque nos regresamos a la ciudad a la mañana siguiente, Nelson siguió preguntando: ¿Muchachos, escuchan? Aun todavía, en mitad del limbo en la que cayó, insiste de vez en cuando con su pregunta: ¿No oyen jugar a los niños?
HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS