Tender las ropas al viento
Estaba Toñito con otros dos amigos jugando cerca del patio de Doña Flor. La mañana estaba fresca y soleada y los muchachos estaban distraídos jugando con el balón que Toñito había recibido como regalo en su cumpleaños número 14. El pasto recién cortado y verde servía de cancha para que los chicos corrieran detrás del balón y lo patearan con frenesí.
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En eso estaban, cuando Doña Flor, una mujer de 30 y tantos, salió con una cesta de ropas que brillaban y olían a limpio. Inmediatamente miró a Toñito y le recordó con la mirada que tuvieran cuidado con la pelota y la ropa. Toñito asintió como siempre y siguió saltando y esquivando las patadas de sus compañeros quienes intentaban detenerlo rumbo al arco.
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Mientras, Doña Flor tendía sus blusas, vestidos, pantalones y sábanas al sol, una brisa ondeaba la tela y la sacudía haciendo que el olor a detergente se expandiera por los aires. La mujer tomaba cada una de las prendas de la cesta y las guindaba, sujetándolas con pinzas de colores. El sol hacía que la mujer cada tanto se pasara la mano por la cara secando líneas de sudor que iban a parar en su escote.
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Toñito estaba sofocado por la última jugada que había hecho y estaba detenido en mitad del patio cuando una ola de brisa fuerte estremeció los árboles, las cuerdas, las ropas, y el vestido de algodón que llevaba Doña Flor se levantó y dejó al aire las piernas y nalgas torneadas, duras y blancas. Toñito sintió que él mismo se estremecía y que los ojos se le abrían con el vuelo de las telas. Allí, con el corazón acelerado, Toñito comenzaba el juego de la vida.
HASTA UNA PRÓXIMA LECTURA, AMIGOS