Debería empezar diciendo que el verde es mi segundo color favorito, después del amarillo y antes que el rojo. ¿Razones? Más allá de las emociones que este color oculta o representa, que seguro existen en mi alma, está el hecho de que me favorece, ilumina mi rostro, resalta mi tono de piel, y realmente creo que es un color que me representa. # Pero al leer esta iniciativa, en lugar de explicar por qué me gusta este color, su asociación con la naturaleza, la vida y mi personalidad, me gustaría compartir tres episodios de mi vida que vinieron a mi mente cuando vi este color. Y entonces entenderán por qué, para mí, la esperanza siempre será verde.

El primer recuerdo es de mi infancia. Mamá limpiaba la casa como todos los sábados y echaba cera para pulir el piso de cemento que parecía un cuero seco. Usaba cera verde de una marca que se llamaba Cruz verde. Mis hermanas y yo teníamos prohibido salir del cuarto, hasta que mamá no terminara aquel trabajo. Mamá, sudada, sacando brillo con sus pies, como si aquella faena fuera un baile, y con un pedazo de lana que había comprado especialmente para eso en uno de los chinos. Luego que mamá sacaba brillo, los pies le quedaban cansados, pero también manchados de verde por unos cuantos días. Pero aquel sábado sucedería lo increíble: por la casa pasó un muchacho vendiendo pulidoras, como el que salía en la tele (Voy a tocar su puerta, tocar su timbre y su ventana también) y mi padre, luego de consultar con mamá quien se puso monísima, compró una bonita pulidora plateada con letras negras. Luego de eso, aunque cada vez que mamá echaba cera nuestros pies seguían tiñéndose de verde, mamá ya no tuvo que sacarles brillo a los pisos con aquella lana y luego de aquella compra, nuestra pequeña casa no parecía tan pobre como antes, tanto así que el piso verde brillaba tanto que muchas veces me quedé dormida sobre él.

El segundo recuerdo es del año 2002. Como se acercaba el año de su jubilación, papá comenzó a hacer planes. El primero y más importante era comprar una casa en el campo donde pudiera, en medio de la naturaleza, pasar los últimos años de su vida. Esa casa, idealizada y soñada, sería el refugio de mis padres después de muchos años de trabajo: # _ Incluso Dios descansó el séptimo día. Nosotros ya hemos hecho lo que teníamos que hacer, ahora es nuestro turno de descansar, decía papá siempre que podía. # Después de buscar y preguntar, encontramos una casa rodeada de mucha vegetación, tanta que fue la primera vez que me di cuenta de que el color verde tiene un olor y una textura. Pero cuando papá hizo las cuentas, el dinero no alcanzaba. Como siempre hacía, regateó, hasta que el vendedor dijo con pesar: "No puedo bajar más el precio, amigo." Papá sumó, multiplicó, y como ese niño a quien le falta una figurita para completar el álbum, se encogió de hombros en un gesto de tristeza, pero también de resignación. # En ese momento, intervine yo, que ya llevaba dos años trabajando como profesora universitaria y tenía algunos ahorros para comprar un carro, y le di el dinero que le faltaba. Papá se sintió muy feliz, y yo aún más. Aquel día, ahora que lo rememoro, me di cuenta de que el verde huele a clorofila, a tierra mojada, a frescura, y también me di cuenta, por primera vez, de que no hay sensación más gratificante que retribuirles a nuestros padres todo lo que han hecho por nosotros.

El último recuerdo es de una época más reciente. Mi hermana, debido a algunos miomas, sufrió varias hemorragias de sangre y apenas podía respirar. Esto nos obligó a llevarla de manera urgente a una clínica en mi ciudad. Allí, realizaron algunos análisis y se dieron cuenta de que su hemoglobina estaba en 4 y sus pulmones estaban funcionando con dificultad. En la clínica, nos dijeron que cada unidad de sangre costaba 250 dólares, en ese momento, y mi hermana necesitaba al menos 4 unidades para estabilizarse. Sin dinero inmediato y aunque conocíamos el caos en los centros de salud públicos, no tuvimos más opción que llevarla al hospital central de mi ciudad. # Sentada en una silla de ruedas que yo empujaba, la piel de mi hermana pasó de amarilla a blanca; de blanca a verde. Iba tan rápido que sentí que mi corazón latía en mis oídos y mi estómago se salía por la boca. Cuando finalmente me atendieron, intenté hablar, pero no salió ninguna palabra: balbuceé hemoglobina, hemorragia, hermana. La llevaron a una habitación donde la entrada estaba prohibida, y caí de rodillas, llorando de este lado de la puerta. El frío verde de las paredes era lo único que veía mientras escuchaba a otras personas intentando consolarme: # _Ten fe, Dios realiza milagros. No te preocupes, ella se salvará. # ¿Cuánto tiempo pasó? ¿Una hora o dos? De repente, una mujer con uniforme verde se acercó a mí y dijo: # _Cálmate, tu hermana ya está siendo transfundida. Si quieres, entra -dijo, y la seguí, sintiendo con esas palabras como si Dios mismo me hubiera abrazado.

I should start by saying that green is my second favorite color, after yellow and before red. Reasons? Beyond the emotions this color hides or represents, which surely are there, in my soul, there's the fact that it suits me, brightens my face, highlights my skin tone, and I genuinely think it's a color that represents me. # But reading this initiative, rather than explaining why I like this color, its association with nature, life, and my persona, I would like to share three episodes from my life that sprang to mind when I saw this color. And then you'll understand why, for me, hope will always be green.

The first memory is from my childhood. Mom used to clean the house every Saturday and apply wax to polish the cement floor that looked like dried leather. She used green wax from a brand called Cruz Verde. My sisters and I were forbidden to leave the room until Mom finished that task. Mom, sweaty, shining the floor with her feet as if that work were a dance, and with a piece of wool she had specially bought for that purpose in one of the Chinese stores. After Mom polished the floor, her feet would be tired but also stained green for a few days. But that Saturday, something incredible happened: a young man went through the house selling polishers, like the one on TV (I'm going to knock on your door, ring your bell and your window too) and my father, after consulting with Mom who got all dressed up, bought a beautiful silver polisher with black letters. After that, although every time Mom applied wax our feet continued to get stained green, Mom no longer had to polish the floors with that wool, and after that purchase, our little house didn't seem as poor as before, so much so that the green floor shone so brightly that many times I fell asleep on it.

The second memory is from the year 2002. Since the year of his retirement was approaching, Dad began making plans. The first and most important was to buy a house in the countryside where he could, in the midst of nature, spend the last years of his life. That house, idealized and dreamed of, would be my parents' refuge after many years of work: "Even God rested on the seventh day. We have already done what we had to do, now it's our turn to rest," Dad would say whenever he could. # After searching and asking around, we found a house surrounded by lots of greenery, so much so that it was the first time I realized that the color green has a smell and texture. But when Dad did the math, the money wasn't enough. As he always did, he haggled, until the seller said with regret:"I can't lower it any more, my friend." Dad added up, multiplied, and like that child missing a sticker to complete the album, he shrugged in a gesture of sorrow, but also of resignation. # At that moment, I appeared, someone who had already been working as a university professor for two years and had some savings to buy a car, and I gave him the money he was missing. Dad felt happy, and I even more so. That day, now I recall it, I realized that green smells like chlorophyll, like wet earth, like freshness, and I also realized, for the first time, that there is no more rewarding feeling than giving back to our parents everything they have done for us.

The last memory is from a recent time. My sister, due to some fibroids, suffered several blood hemorrhages and could barely breathe. This made us take her urgently to a clinic in my city. There, they ran some tests and realized that her hemoglobin was at 4; her lungs were working at full capacity. At the clinic, they told us that each unit of blood cost 250 dollars at that time, and my sister needed at least 4 units to stabilize her. Without immediate money and even though we knew about the chaos in public healthcare centers, we had no choice but to take her to the central hospital in my city. # Sitting in a wheelchair that I was pushing, my sister went from yellow to white; from white to green. I was going so fast that I felt my heart beating in my ears and my stomach rising to my mouth. When they finally attended to me, I tried to speak, but no words came out: I babbled hemoglobin, stroke, sister. They took her into a room where entry was forbidden, and I fell to my knees, crying on this side of the door. The cold green of the walls was the only thing I saw while I listened to other people trying to console me:_Have faith, God performs miracles. Don’t worry, she will be saved._How much time passed? An hour or two? Suddenly, a woman in a green uniform approached me and said:_Calm down, your sister is already being transfused. If you want, come in_ — she said, and I went after her, feeling with those words as if God Himself had hugged me.