Sonreír
Aplastar el aguacate. Sonreír. Cortar trocitos finos de ajo. Sonreír. Buscar un recipiente hondo y pasar la vista por las bocinas sobre el refri pensando en la música que no escucho todavía, ecos de canciones en lo más recóndito de mi mente. Sonrío. Adivino cómo el café comienza a brotar, lento, llenando con su fina caricia oscura el cuerpo de una dama cuyo nombre, Moka, me hace pensar en el Hotel de Las Terrazas que no recuerdo haber visitado. De lejos sí; tengo un vago recuerdo. Mi fogoncito eléctrico a veces da error. Lo reinicio y presiono una sola vez hasta que sale el número 400. Sonrío. Hay tanto por hacer. Hay tanto que decir, y voy sintiendo el discurso ya a nivel celular. Obedece, me digo. Sonríe. No, no le pongas sal al guacamole que las galletas tienen suficiente. La cebolla no te hará llorar, córtala y sonríe. Vamos, niña, es hora de que olvides ese andén. Los trenes son de carga. Los escuchas cerca y te duele su lejanía. No son para ti. Sonríe.
Una caja
Cuando comienzas a pensar fuera de la caja lo más difícil es mantener a raya tu conversación interna. Esa parte que te dice que no eres suficiente, esa parte que te empuja, te orilla, te atenaza, te ata con finos cordeles a clavos invisibles… tiene que existir. Trátala con gentileza, pero no la alimentes.
Maquillaje
Una lágrima / pequeño río que lleva sal al mercado de las cosas imposibles.
El terremoto en mi vientre cuando apareces / Mis tripas cantarinas, interpretando “El vacío”.
Este deseo incontrolable de ti / El efecto de la miel, un chorrito de limón y aguardiente en uno de mis cuencos de barro donde a veces bebo el café. Son originalmente de canchánchara y vinieron de Trinidad como regalo de un amigo.
El silencio que no voy a romper, a menos que me obligues / Ojalá me hiciera olvidar cuánto te extraño.