Life has curious ways of teaching us lessons in humility. At sixteen, I had the chance to meet a friend named Reynaldo. We went to the same school, and he became someone memorable to me.
Reynaldo loved basketball; playing on the court was his passion, and he was very good at scoring. He lit up the court as if the stars had aligned to grant him the greatest of talents.
Watching him play left me speechless; he made the impossible seem possible, and I was a witness to his charisma. He was a very friendly guy, though he had the bad habit of being sarcastic.
We used to play at a park with a few friends. I wasn't very good, but he was exceptional; he seemed to have professional talent. Reynaldo glided across the court, performing tricks and scoring with impressive ease.
I, on the other hand, struggled to keep up. When we finished playing, he would say things like:
—You were great! We should play more often— and he said it with a smile on his face while inhaling and exhaling from exhaustion.
And I don't know why, but I always replied:
—I could have done better— with an air of arrogance, and in retrospect, I acted very poorly. It wouldn't have cost me anything to say, "You were amazing"
And it was to be expected; he practiced at an academy to be the best. When he played for fun, he gave it his all, and that made me feel small. I couldn't match his movements no matter how hard I tried; his innate talent was unbeatable. He shone like a champion, attracting everyone's attention at school, especially from the girls.
My admiration for him grew, but so did a dark shadow called envy. I desired his talent, the attention he drew, the admiration he generated from everyone around him, especially from the girls.
However, the reality was that I was just an average kid dreaming of lifting the trophy of recognition, but I couldn't match a true champion like Reynaldo.
As I said, his existence made me feel small; I was not like him. I had always been mediocre in sports requiring much physical effort, but I wanted to change that...
As our friendship deepened, I decided I wanted to be like him. I enrolled in the academy where Reynaldo trained, hoping that this environment of discipline would transform me into an exceptional player.
When I told him, he looked at me with a mix of surprise and concern.
—Are you sure? I'm warning you, it won't be easy— I thought he was underestimating me, so I replied:
—I bet I'll be as good as you in no time— confident in my abilities.
But on the first day, I understood... the intensity of the training was overwhelming. The atmosphere was filled with sweat, demand, and discipline. It was torture seeking the excellence of an athlete...
There I realized, through that training experience, why Reynaldo was such a good player: he was dedicated to the sport body and soul, enduring those workouts out of pure passion… and that seemed admirable to me.
It was evident that his unbreakable spirit would take him beyond what my eyes could see.
We were truly very different people...
After two classes, I realized that this wasn't my place: I didn't have the willpower needed to put mediocrity aside. I returned home with my head down. Meanwhile, Reynaldo indeed continued to advance. He had that fire I could never find, an absolute commitment to his dreams.
Over time, we lost contact after graduating. Life took us down different paths; the last I heard from him was that he moved to another country.
I'm sure that wherever he is, he is the best at what he does because he is a very dedicated person.
Walking in his shoes was an intense experience, for I admire Reynaldo as a good friend.
Looking back, I understood that thanks to him, I not only learned about basketball but also about myself. The real lesson was not in being the best but in accepting limitations and moving forward despite them, even if that meant not always being the protagonist of the story.
Life is a game with multiple positions, and sometimes, the supporting role has its own value.
I found a new path to follow; my story did not develop as a basketball player. Mediocrity was not my final destination but rather a stage in my life.
The greatest victory is recognizing and celebrating the achievements of others.
Original version in Spanish
---  [Fuente](https://pixabay.com/es/photos/deportes-baloncesto-anillo-juegos-5245098/) La vida tiene maneras curiosas de dejarnos lecciones de humildad. A los dieciséis años, tuve la oportunidad de conocer a un amigo llamado Reynaldo. íbamos a la misma escuela y él se convirtió en alguien memorable para mí. A Reynaldo le gustaba el baloncesto, era su pasión jugar con el balón en la cancha y era muy bueno encestando. Iluminaba la cancha como si las estrellas se hubieran alineado para concederle el mayor de los talentos. Verlo jugar me dejaba sin palabras, hacía que lo imposible pareciera posible, y yo, fui testigo de su carisma, era un chico muy simpático, aunque tenia la mala costumbre de ser sarcástico. Solíamos jugar en un parque en compañía de unos cuantos amigos, yo no era muy bueno, pero él era excepcional, parecía tener talento profesional. Reynaldo se deslizaba por la cancha haciendo piruetas y encestando con una facilidad impresionante. Yo, en cambio, luchaba por seguir el ritmo, cuando terminábamos de jugar, me decía cosas como: —¡Estuviste genial! deberíamos jugar más seguido— y lo decía con una sonrisa en el rostro mientras inhalaba y exhalaba del cansancio. Y no sé porque, pero yo siempre le decía: —Pude haberlo hecho mejor— con aires de arrogancia, y en retrospectiva, actué muy mal, no me costaba nada decirle: “Estuviste fenomenal” Y era de esperarse, él practicaba en una academia para ser el mejor. Cuando jugaba por diversión daba lo mejor de sí y eso me hizo sentir pequeño, no podía igualar sus movimientos sin importar cuánto me esforzara, su talento innato era invencible. Se lucia como un campeón, llamaba la atención de todos en la escuela, sobre todo el de las chicas. Mi admiración por él crecía, pero también lo hacía una sombra oscura llamada envidia. Deseaba su talento, la atención que atraía, la admiración que generaba en todos los que lo rodeaban, especialmente en las chicas. Sin embargo, la realidad era que yo era solo un chico promedio que soñaba con levantar el trofeo del reconocimiento, pero que no podía igualar a un verdadero campeón como Reynaldo. Como dije, su existencia me hacía sentir pequeño, yo no era igual a él, siempre fui mediocre en los deportes que requerían mucho esfuerzo físico, pero deseaba cambiar eso… --- A medida que nuestra amistad se profundizaba, decidí que quería ser como él. Me inscribí en la academia donde Reynaldo entrenaba con la esperanza de que ese ambiente de disciplina me transformaría en un jugador excepcional. Cuando se lo conté, él me miró con una mezcla de sorpresa y preocupación. —¿Estás seguro? Te lo advierto, no será nada fácil— Y pensé que me subestimaba, por lo que le conteste: —Apuesto a que seré tan bueno como tú en poco tiempo— confiando en mis capacidades. Pero en el primer día lo comprendí... La intensidad del entrenamiento era abrumador. El ambiente estaba impregnado de sudor, exigencia y disciplina. Era una tortura que buscaba la excelencia de un deportista… Ahí lo comprendí, Al experimentar ese entrenamiento, pude darme cuenta de por qué Reynaldo era tan buen jugador: Era dedicado al deporte en cuerpo y alma, soportaba esos entrenamientos por pura pasión… y eso me pareció admirable. Era evidente que es espíritu inquebrantable lo iba a llevar más allá de lo que mi vista podía alcanzar. Realmente éramos personas muy diferentes… --- Después de dos clases, me di cuenta de que ese no era mi lugar: no tuve la fuerza de voluntad que se necesitaba para dejar de lado la mediocridad. Regresé a casa con la cabeza agachada. Por otro lado, Reynaldo efectivamente siguió avanzando. Él tenía ese fuego que yo nunca pude encontrar, un compromiso absoluto con sus sueños. Con el tiempo, perdimos el contacto tras graduarnos. La vida nos llevó por caminos diferentes; lo último que supe de él es que se mudo a otro país. Estoy seguro de que a donde sea que este, es el mejor en lo que hace, porque es una persona muy dedicada. Caminar en sus zapatos fue una experiencia intensa, por admiro a Reynaldo como un buen amigo. Mirando atrás, comprendí que gracias a él no solo había aprendido sobre el baloncesto, sino sobre mí mismo. La verdadera lección no radicaba en ser el mejor, sino en aceptar las limitaciones y seguir adelante pese a ellas, incluso si eso significaba no ser siempre el protagonista de la historia. La vida es un juego con múltiples posiciones, y a veces, el papel de apoyo tiene su propio valor. Encontré un nuevo camino a seguir, mi historia no se desarrollo como jugador de baloncesto. La mediocridad no era mi destino final, sino una etapa de mi vida. La mejor victoria es reconocer y celebrar los logros de los demás.Translation by deepl.com