Hoy vengo como quien defiende a una buena amiga, motivada por la repercusión que ha tenido en esta hermosa comunidad la publicación del buen amigo @emiliorios. Y es que siempre que escucho la palabra azúcar, noto cómo el ambiente se carga inmediatamente de un juicio colectivo, a veces mediante susurros culpables, como si nombrarla en voz alta fuera a manchar la pureza de una dieta saludable.
Hoy quiero alzar la voz, no desde la rebeldía, sino desde el conocimiento y el corazón, para contar una historia diferente: esa historia del azúcar que mece las cunas de nuestros recuerdos más dulces y que, literalmente, da energía a los pensamientos que ahora mismo les estoy compartiendo.
Soy madre, y antes de ser neuróloga ya era arquitecta de los cumpleaños de mi hija. Eso significaba que, semanas antes del gran día, yo ya estaba planificando cómo hacerle, desde mis modestos conocimientos culinarios y de repostería, su pastel de cumpleaños, donde el ingrediente principal, su alma, es sin duda el azúcar. Allí, ese polvo blanco y cristalino se convertía en el vehículo del amor.
El azúcar también puede convertirse en el hilo conductor de las tradiciones. ¿Acaso no recuerdan ustedes las galletas que horneaban sus abuelas? Yo tengo guardado, como una huella indeleble, el sabor de las mermeladas de mi mamá. Y precisamente en esos recuerdos, el azúcar no es un nutriente, sino el lenguaje de la celebración del amor que nos legaron nuestros seres queridos.
Sé que si se ponen a pensar, también les viene el recuerdo de esos batidos y esos dulces que han compartido en una bella mañana con sus amigos, o aquel pastel que alguien les trajo por sorpresa y que mantuvo su corazón inmerso en felicidad por varios días. Y es que el azúcar también tiene la sutil forma de una sonrisa.
Ahora, cambiaré de escenario: dejaré mi delantal de cocina y, con mi bata de neuróloga, les hablaré de que en ese santuario de la conciencia, el azúcar, o más precisamente la glucosa como su forma más simple, es la moneda de cambio de la vida. Nuestro cerebro consume cerca del 20% de toda nuestra energía y es un glotón insuperable de glucosa. Nuestras neuronas no pueden funcionar sin ese combustible.
En este mismo instante, mientras leen estas palabras, sus neuronas están disparando señales eléctricas a una velocidad vertiginosa, y esa actividad tiene un costo energético enorme. La glucosa es la gasolina que las alimenta. La dopamina que segregamos cuando recibimos un abrazo, la serotonina que estabiliza nuestro estado de ánimo; todas esas reacciones neuroquímicas dependen de la glucosa, de ese azúcar que hoy me he decidido a defender.
Así que yo lanzo mi sí rotundo al azúcar ceremonial, a ese pastel de cumpleaños hecho con amor, al ritual de las galletas, al chocolate caliente de los días fríos y al café cargado de azúcar en las reuniones de amigos. Porque al demonizar el azúcar por completo, no solo estamos ignorando su papel biológico, sino que nos estamos privando de una de las dimensiones más hermosas de la cultura humana: la dulzura compartida.
Amigos, miren lo que les digo: el azúcar en su justa medida y en su momento adecuado no es un villano; es el combustible de nuestros pensamientos más brillantes. Y eso es algo que, sin temor, vale la pena celebrar. ¿Y qué mejor que con una rebanada de pastel?😋
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✨¡𝑮𝒓𝒂𝒄𝒊𝒂𝒔 𝒑𝒐𝒓 𝒍𝒆𝒆𝒓! ✨
𝑺𝒊 𝒂ú𝒏 𝒏𝒐 𝒎𝒆 𝒄𝒐𝒏𝒐𝒄𝒆𝒔: 𝒔𝒐𝒚 𝒏𝒆𝒖𝒓ó𝒍𝒐𝒈𝒂 𝒚 𝒆𝒔𝒄𝒓𝒊𝒕𝒐𝒓𝒂 𝒄𝒖𝒃𝒂𝒏𝒂, 𝒎𝒂𝒅𝒓𝒆, 𝒎𝒖𝒋𝒆𝒓 𝒚 𝒔𝒐ñ𝒂𝒅𝒐𝒓𝒂 𝒒𝒖𝒆 𝒆𝒏𝒄𝒐𝒏𝒕𝒓ó 𝒆𝒏 𝑯𝒊𝒗𝒆 𝒖𝒏 𝒉𝒆𝒓𝒎𝒐𝒔𝒐 𝒆𝒔𝒑𝒂𝒄𝒊𝒐 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒗𝒐𝒍𝒂𝒓.
𝑬𝒍 𝒕𝒆𝒙𝒕𝒐 𝒚 𝒍𝒂𝒔 𝒊𝒎á𝒈𝒆𝒏𝒆𝒔 𝒔𝒐𝒏 𝒅𝒆 𝒎𝒊 𝒂𝒖𝒕𝒐𝒓í𝒂, 100% 𝒉𝒖𝒎𝒂𝒏𝒐𝒔 (𝒔𝒊𝒏 𝑰𝑨).
𝑩𝒂𝒏𝒏𝒆𝒓 𝒅𝒊𝒔𝒆ñ𝒂𝒅𝒐 𝒑𝒐𝒓 𝑳𝒖𝒎𝒊𝒊.
¿𝑻𝒆 𝒈𝒖𝒔𝒕ó 𝒆𝒔𝒕𝒂 𝒑𝒖𝒃𝒍𝒊𝒄𝒂𝒄𝒊ó𝒏? 𝑽𝒐𝒕𝒂, 𝒄𝒐𝒎𝒆𝒏𝒕𝒂 𝒐 𝒓𝒆𝒃𝒍𝒐𝒈𝒖𝒆𝒂 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒂𝒚𝒖𝒅𝒂𝒓 𝒂 𝒅𝒆𝒔𝒑𝒍𝒆𝒈𝒂𝒓 𝒆𝒔𝒕𝒂𝒔 𝒂𝒍𝒂𝒔.💛
ENGLISH VERSION
In Defense of Sugar
Today I come as someone defending a good friend, motivated by the impact that the publication by our good friend @emiliorios has had on this beautiful community. Whenever I hear the word sugar, I notice how the atmosphere is immediately charged with a collective judgment, sometimes through guilty whispers, as if saying it out loud would tarnish the purity of a healthy diet.
Today I want to raise my voice, not from a place of rebellion, but from knowledge and from the heart, to tell a different story: the story of the sugar that rocks the cradles of our sweetest memories and that, literally, gives energy to the thoughts I am sharing with you right now.
I am a mother, and before being a neurologist, I was the architect of my daughter's birthdays. That meant that, weeks before the big day, I was already planning how to make her birthday cake with my modest culinary and pastry skills, where the main ingredient, its soul, is undoubtedly sugar. There, that white, crystalline powder became the vehicle of love.
Sugar can also become the common thread of traditions. Surely you remember the cookies your grandmothers baked? I have stored here, like an indelible mark, the taste of my mother's jams. And precisely in those memories, sugar is not a nutrient, but the language of the celebration of love bequeathed to us by our loved ones.
I know that if you think about it, you too will recall the memory of those milkshakes and those sweets you shared on a beautiful morning with your friends, or that cake someone brought you by surprise that kept your heart immersed in happiness for several days. And it is that sugar also has the subtle form of a smile.
Now, I will change the scene: I will leave my kitchen apron and, with my neurologist's coat, I will tell you that in that sanctuary of consciousness, sugar, or more precisely glucose as its simplest form, is the currency of life. Our brain consumes about 20% of all our energy and is an insatiable glutton for glucose. Our neurons cannot function without that fuel.
At this very moment, as you read these words, your neurons are firing electrical signals at a dizzying speed, and that activity has an enormous energy cost. Glucose is the fuel that feeds them. The dopamine we secrete when we receive a hug, the serotonin that stabilizes our mood; all those neurochemical reactions depend on glucose, on that sugar I have decided to defend today.
So, I give my resounding yes to ceremonial sugar, to that birthday cake made with love, to the ritual of cookies, to hot chocolate on cold days, and to coffee loaded with sugar at gatherings with friends. Because by completely demonizing sugar, we are not only ignoring its biological role, but we are also depriving ourselves of one of the most beautiful dimensions of human culture: shared sweetness.
Friends, look at what I'm telling you: sugar in its right measure and at the appropriate time is not a villain; it is the fuel for our brightest thoughts. And that is something that, without fear, is worth celebrating. And what better way to do so than with a slice of cake?😋
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✨𝑻𝒉𝒂𝒏𝒌𝒔 𝒇𝒐𝒓 𝒓𝒆𝒂𝒅𝒊𝒏𝒈! ✨
𝑰𝒇 𝒚𝒐𝒖 𝒅𝒐𝒏’𝒕 𝒌𝒏𝒐𝒘 𝒎𝒆 𝒚𝒆𝒕. 𝑰’𝒎 𝒂 𝑪𝒖𝒃𝒂𝒏 𝒏𝒆𝒖𝒓𝒐𝒍𝒐𝒈𝒊𝒔𝒕 𝒂𝒏𝒅 𝒘𝒓𝒊𝒕𝒆𝒓, 𝒂 𝒎𝒐𝒕𝒉𝒆𝒓, 𝒂 𝒘𝒐𝒎𝒂𝒏, 𝒂𝒏𝒅 𝒂 𝒅𝒓𝒆𝒂𝒎𝒆𝒓 𝒘𝒉𝒐’𝒔 𝒇𝒐𝒖𝒏𝒅 𝒊𝒏 𝑯𝒊𝒗𝒆 𝒂 𝒃𝒆𝒂𝒖𝒕𝒊𝒇𝒖𝒍 𝒔𝒑𝒂𝒄𝒆 𝒕𝒐 𝒔𝒐𝒂𝒓.
𝑨𝒍𝒍 𝒕𝒆𝒙𝒕 𝒂𝒏𝒅 𝒊𝒎𝒂𝒈𝒆𝒔 𝒂𝒓𝒆 𝒎𝒚 𝒐𝒓𝒊𝒈𝒊𝒏𝒂𝒍 𝒄𝒓𝒆𝒂𝒕𝒊𝒐𝒏𝒔, 100% 𝒉𝒖𝒎𝒂𝒏-𝒎𝒂𝒅𝒆 (𝒏𝒐 𝑨𝑰).
𝑩𝒂𝒏𝒏𝒆𝒓 𝒅𝒆𝒔𝒊𝒈𝒏𝒆𝒅 𝒃𝒚 𝑳𝒖𝒎𝒊𝒊.
𝑳𝒐𝒗𝒆𝒅 𝒕𝒉𝒊𝒔 𝒑𝒐𝒔𝒕? 𝑼𝒑𝒗𝒐𝒕𝒆, 𝒄𝒐𝒎𝒎𝒆𝒏𝒕, 𝒐𝒓 𝒓𝒆𝒃𝒍𝒐𝒈 𝒕𝒐 𝒔𝒑𝒓𝒆𝒂𝒅 𝒕𝒉𝒆 𝒘𝒊𝒏𝒈𝒔 𝒐𝒇 𝒄𝒓𝒆𝒂𝒕𝒊𝒗𝒊𝒕𝒚! 💛