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Aquellos que no creían en el infierno, comenzaron a hacerlo cuando presenciaron su primera batalla.
El cielo estaba nublado y gris, producto de toda la pólvora esparcida por el aire, y el humo del fuego, producto de las explosiones. El campo, era árido y maltratado, por todos lados estaban esparcidos instrumentos hechos por el hombre, cuerpos destrozados… y la sangre que regaba la tierra, maldiciéndola para siempre, provocando que solo malos recuerdos fuera lo único que brotará de este campo. Recuerdos de dolor y muerte. Recuerdos de hombres matándose entre sí.
Cada guerra es el último aliento de millones de personas.
Cada guerra deja una cicatriz en la Tierra que ella siempre recordará… Y, aun así, ella sanará totalmente, con el tiempo. Los campos que hoy se encuentran regados con sangre y cuerpos, serán verdes nuevamente. Quizá no en un año o en diez, pero la naturaleza reviviría, aunque esto tome el mismo tiempo que la historia de la humanidad.
Para los hombres, el caso es muy diferente. La herida permanece siempre abierta, no en sus cuerpos, sino en sus mentes. Mientras algunos individuos sufren los traumas directos de este infierno, las masas en el control se vuelven paranoicas, y crean nuevas formas de destruir a su misma especie.
El ser humano no es capaz de soportar los mismos horrores que causa. Una vez que todo termina, esa herida actúa como un tumor, envenenando las mentes.
Cuando llegue el día en el que estos se aniquilen entre sí, y den paso al siguiente escalón en la cadena evolutiva… ¿La Evolución habrá aprendido de sus errores? ¿O es que acaso la selección natural del darwinismo está decidida a dejar que la especie más desarrollada sea capaz de sentir tanta apatía?
Algo es seguro, un día morirán desangrados de tantas heridas. Y solo ellos mismos tienen la capacidad parar cerrarlas, antes de que sea demasiado tarde. Aún hay tiempo, como especie son jóvenes, la balanza todavía puede estar inclinada a su favor.
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