El lienzo vivo: Un encuentro con la naturaleza
El domingo, día de descanso nos regaló una bella imagen. Un pintor inmerso en su entorno, en un acto de profunda conexión. En esta escena mi padre no es simplemente un espectador en el parque zoológico de mi ciudad; es el traductor de la realidad, un intérprete de la luz y la sombra que danzan sobre el agua, entre las hojas de las palmeras. Sentado con la paciencia del artesano, no solo mira el paisaje sino que dialoga con él, buscando capturar en su lienzo vivo no la imagen exacta sino la emoción que está le provoca.
El arte de pintar la naturaleza es un ejercicio de observación y sentimiento. Es aprender a ver más allá de lo evidente: el verde no es solo un color, sino una infinidad de matices; el agua no es solo una superficie, sino un espejo de constante movimiento que refleja el cielo y la vida que la rodea. Un verdadero artista, como mi papá, descompone el mundo que le rodea en pinceladas de color, en líneas que define una forma y en vacío que le dan peso a la composición. El pintar es un acto de meditación activa, donde el mundo exterior se filtra a través de la sensibilidad del artista para nacer con una nueva creación.
Esta habilidad fluye a través de la familia con un pequeño salto hacia mis hijos. Aunque a veces la herencia no está en la técnica sino en la capacidad de apreciar, en la sensibilidad para detenerse y valorar el momento en que un ser querido crea belleza. Quizás mis hijos continúen esa tradición. De esta forma continuar el ciclo de admiración de la belleza de la naturaleza, capturada en un rincón del parque.