El reflejo del agua

Marisol, llegó a la ciudad con el corazón apretado y una maleta llena de sueños rotos. Había cruzado frontera huyendo del caos de Venezuela, con la promesa de una vida nueva, junto a su pareja. Pero apenas pisaron tierra extraña, él se marchó sin mirar atrás, dejándola con una herida fresca y un futuro incierto. A sus 29 años Marisol no tenía más que su fuerza de voluntad y un par de manos dispuestas a trabajar.

Esa mañana, se levantó al alba, y recorrió la ciudad hasta llegar a una conocida urbanización de casas grandes. Allí estaba la piscina, que le esperaba. El sol quemaba su piel morena mientras fregaba azulejos, ajustaba los filtros, equilibraba el cloro con precisión. El trabajo era duro, pero el agua cristalina le hablaba; en su reflejo veía su madre, a su padre y a las mujeres de su familia que nunca se rindieron. El agua siempre encuentra su camino le decían de niña y ella lo creía. Cada gota que limpiaba era un paso hacia su propia libertad.

Por las tardes, Marisol se transformaba. Cambiaba los guantes de goma y el cepillo por un cuaderno y un megáfono. Uniéndose un grupo de activistas que luchaban por los derechos de los migrantes y la libertad de su país. Marchando por calles desconocidas, nuevos barrios y suburbios, alzando su voz por aquellos que como ella buscan un mejor lugar en el mundo. No importaba el cansancio de la mañana y las miradas desprecio, ni las palabras lacerantes de su antigua pareja, su grito era un eco de su tierra, de las mujeres que la criaron, de la resiliencia que que recorría sus venas.

Marisol no ha nacido para rendirse. Con cada amanecer sigue limpiando piscina y gritando por la libertad. Lo había comprendido, ahora tejía su propio destino. Su vida se reflejaba en el agua de la piscina; gota a gota se llenaba de fuerza y la convertía en una mujer que no se doblega. Ahora se ha replanteado sus metas en la vida. Aunque aún no lo comprende en ella comenzó el cambio.

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