Un viaje hacia la justicia social. / A journey towards social justice. ESP./EN.

Pront: Asociación del bien.

Cuando yo era un muchacho, escuchaba a mi abuela y sus amigas hablar de la iglesia y de las cosas que hacían para ayudar a las personas, pero realmente nunca le hice caso realmente a mi abuela y a esas señoras, ya que pensaba que solo decían esos cuentos para que uno no se alejara de la iglesia.

Pero los esfuerzos y los cuentos de mi abuela y de sus amigas no fueron suficientes; recuerdo que más adelante, en el inicio de la adolescencia, me negué inclusive a hacer la Primera Comunión y confronté a algunos curas y a varias personas adultas, poniendo en duda la realidad de la fe y de la iglesia como institución.

Recuerdo que me estaba negando a hacer ese acto religioso por varias razones, pero la primera era que la iglesia se negaba a que la mamá de una amiga, que era una señora muy católica, comulgara por el hecho de haberse divorciado, y a mí ese proceso me parecía un hecho excluyente y, además, me parecía que los curas no tenían la capacidad moral de juzgar a personas casadas.

Y en medio de la discusión, el cura le gritó a mi amiga y cuando lo confronté como valiente caballero, recibí una buena cachetada por parte del presbítero abusador, y yo terminé con mis 11 años, dándole un golpe en el estómago y otro en las santas voluntades que nos dio nuestro Señor.

Y a partir de ese momento, no volví a pisar una iglesia, y eso se sumó al hecho de que me convertí en uno de sus más fuertes detractores. Y eso fue así hasta que llegó el año de 1989.

En ese año vino el llamado Caracazo, y el gobierno del infame Carlos Andrés Pérez, encabezado por uno de los principales esbirros de nuestra historia moderna, el general Italo del Valle Alliegro, que bajo sus órdenes el ejército y la policía masacró y asesinó a miles de personas.

En un primer momento, la lucha fue contra los llamados revoltosos, que no eran más que personas normales, que habían sido afectadas por las políticas del Fondo Monetario Internacional, y que estaban en un proceso de desempleo, hambre y represión gubernamental.

Y justo en este proceso de nuestra historia, se unieron de nuevo mis caminos con los de la iglesia.

Recuerdo que yo estaba ayudando a unos amigos de un partido de izquierda a denunciar ante la policía y las autoridades a varios desaparecidos. Y recuerdo los niveles de represión que había, y de hecho vi cómo muchos de esos líderes políticos de izquierda corrían o se alejaban de la lucha por los derechos humanos, por miedo a la represión gubernamental del gobierno.

Y cuando solo quedábamos dos personas, dos muchachos de 18 años, reclamando y peleando por personas que ni conocíamos, los gendarmes pensaron que sería pan comido salir de nosotros, y cuando intentaron golpearnos y reprimirnos, salió al frente el Padre Olaso a defendernos y detrás de él tres mujeres jóvenes; todos estaban de civil, pero la iglesia defendiendo y luchando por los desaparecidos y los prisioneros torturados.

A partir de ese momento, nosotros, los entusiastas izquierdistas, nos dimos cuenta de que los líderes intelectuales de la izquierda eran solo eso y los dejamos de lado y comenzamos a trabajar de lleno con los curas y las monjas en la defensa de los derechos humanos, pero la aventura no terminó ahí, ya que efectivamente, esta gente estaba de lleno en una asociación del bien, bajo una creencia religiosa formidable.

Y trabajando con ellos, conocí monjas que trabajan en el rescate de las prostitutas, a otras que trabajan con madres abandonadas, y conocí el trabajo de las llamadas comunidades de base, y sin darme cuenta estaba muy metido de lleno y a fondo en todo ese proceso de trabajo social y por la dignidad humana.

Finalmente, terminé en las selvas venezolanas, viviendo con los indígenas y haciendo lo que podía para ayudarles, hasta que me di cuenta de que realmente ese no era mi camino y decidí seguir con la lucha social y con las defensas de los derechos humanos, en otros caminos, pero sin dejar de apoyar a los incansables luchadores y compañeros, que estaban dentro de la vida religiosa.

Muchas gracias por leerme.

Pront: Association of the good.

When I was a boy, I used to listen to my grandmother and her friends talking about the church and the things they did to help people, but I really never really paid attention to my grandmother and those ladies, because I thought they only told those stories so that one wouldn't stay away from the church.

But the efforts and stories of my grandmother and her friends were not enough; I remember that later, at the beginning of adolescence, I refused even to make my First Communion and confronted some priests and several adult people, questioning the reality of the faith and of the church as an institution.

I remember that I was refusing to do that religious act for several reasons, but the first was that the church refused to allow a friend's mother, who was a very Catholic lady, to take communion because she had divorced, and to me that process seemed an exclusionary fact and, moreover, it seemed to me that priests did not have the moral capacity to judge married people.

And in the middle of the discussion, the priest shouted at my friend and when I confronted him as a brave knight, I received a good slap from the abusive priest, and I ended up with my 11 years, giving him a blow on the stomach and another on the holy wills that our Lord gave us.

And from that moment on, I never set foot in a church again, and that was added to the fact that I became one of its strongest detractors. And that was the case until the year 1989 arrived.

In that year came the so-called Caracazo, and the government of the infamous Carlos Andrés Pérez, headed by one of the main henchmen of our Moderna history, General Italo del Valle Alliegro, who under his orders the army and the police massacred and murdered thousands of people.

At first, the struggle was against the so-called revoltosos, who were nothing more than normal people, who had been affected by the policies of the International Monetary Fund, and who were in a process of unemployment, hunger and government repression.

And just in this process of our history, my ways were united again with those of the church.

I remember that I was helping some friends of a left-wing party to report several missing people to the police and the authorities. And I remember the levels of repression there were, and I actually saw how many of those left-wing political leaders ran or walked away from the struggle for human rights, for fear of the government's government repression.

And when there were only two people left, two 18-year-old boys, complaining and fighting for people we didn't even know, the gendarmes thought it would be a piece of cake to get out of us, and when they tried to beat and repress us, Father Olaso came out in front to defend us and behind him three young women; they were all in civilian clothes, but the church defending and fighting for the disappeared and the tortured prisoners.

From that moment, we, the leftist enthusiasts, realized that the intellectual leaders of the left were just that and we left them aside and began to work fully with the priests and nuns in the defense of human rights, but the adventure did not end there, since indeed, these people were fully in an association of good, under a formidable religious belief.

And working with them, I met nuns who work in the rescue of prostitutes, others who work with abandoned mothers, and I got to know the work of the so-called grassroots communities, and without realizing it I was very deeply involved in the whole process of social work and for human dignity.

Finally, I ended up in the Venezuelan jungles, living with the indigenous people and doing what I could to help them, until I realized that that really wasn't my path and decided to continue with the social struggle and with the defenses of human rights, on other paths, but without ceasing to support the tireless fighters and comrades, who were within the religious life.

Thank you very much for reading me.