
Hoy tocó un fondo no tan fondo, suave pero constante, en zona 2. El escenario: Los Próceres, ese rincón que siempre guarda algo especial. El circuito era pequeño, así que para completar los 10 km hubo que dar ocho vueltas. Repetitivo, sí, pero también meditativo. Cada giro era una oportunidad para conectar con el cuerpo, con el ritmo, con el entorno.
Lo curioso es que, aunque estamos lejos de diciembre, el ambiente ya se sentía navideño. Las luces de la decoración brillaban tímidas pero alegres, como si anunciaran que algo bueno está por venir. Había gente tomando fotos, familias paseando, niños corriendo entre las figuras iluminadas. Y ese clima fresco, casi frío, típico de la época decembrina, envolvía todo con una calma especial.
Correr en ese ambiente fue como estar dentro de una postal anticipada. El cuerpo trabajaba, sí, pero el alma se dejaba llevar por la magia inesperada del momento. No fue un entrenamiento exigente, pero sí uno que dejó huella. Porque a veces lo bonito no está en la intensidad, sino en la sutileza de lo que nos rodea.
Hoy, más que kilómetros, se acumuló gratitud. Por el espacio, por el clima, por la luz. Por estar presente. Por seguir corriendo.
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