Hay días rudos, tan fuertes que tumban e intentan quebrarte, enloquecerte y purgarte; limpiarte, a su manera, de los sueños que tienes.
Te invitan a rendirte negando esperanzas, comida, mujeres y ánimos.
Te levantan de la cama tras otra noche de insomnio, con el fin de enseñarte a vivir sin nada.
Y despiertas aturdido dispuesto a tomar café, sin endulzante alguno.
Te diriges a la cocina, observas la nevera vacía y se queja el estómago.
Dudas, vacilas un poco, aun así no desistes.
Vuelves a tu habitación, te sientas en una silla frente al ordenador y abres un documento.
En él nada hay.
Toses, te sientes enfermo, mal nutrido y apestoso.
Te pones de pie y pasas frente al espejo sin reconocerte.
Pero estás ahí, lo sabes, te convences de ello.
De vuelta a la silla, bebes café, respiras la muerte, deliras creyendo desaparecer, que el día ha ganado, que ya nada queda…
Entonces tecleas escribiendo desesperadamente, te aferras a lo único que te mantiene de pie ante los días así.
La imagen utilizada pertenece a Sasha Freemind, fotógrafo de Unsplash.com. Esta obra esta bajo una licencia de Creative Commons.