Greetings to all the Ladies —our brave, sensitive, powerful women— and also to the gentlemen who join this community with respect and commitment.
This is the first time I approach this space, and I do so with the intention of contributing. Of conversing. Of speaking from the experiences of my life in society, which at times carry that sad note that I am sure, just as it distresses me, it distresses us all. But my message will not be one of complaint. It is a call for ever greater visibility, ever greater action, and ever greater hope.
This is a topic that is not unfamiliar to me. I believe it is unfamiliar to no one. For no one goes untouched by the deep pain of learning about a feminicide. I have dealt with it in my professional practice when I have had to accompany women who are victims of domestic violence, of gender-based violence. Situations that, if not handled with prudence, with calm, but also with the rigor they require and with both formal and informal resources —support networks, safe spaces— can end in tragedy.
I am convinced of how much is being done. And of how much more we can do as a society to eradicate these tragedies that can occur in any corner of the planet.
I have accompanied many women in consultation, both in Cuba and in Puerto Rico. Women who have been beaten, tied up, forced to have sexual relations by their own partners. Women who have been threatened with phrases like “If you’re not mine, you won’t be anyone’s.” Women who have done what they could to survive, but who have faced men who are stronger, more violent, more protected by silence.
In Cuba, when a woman feels she is being subjected to violence, she can go to the police, to the Prosecutor’s Office, or to the Casas de Orientación a la Mujer y la Familia, coordinated by the Federation of Cuban Women. These are spaces that exist and must be used. They are not perfect, but they can make the difference between life and death.
In Puerto Rico, there are also protection routes. The Office of the Women’s Advocate, help lines like 939-CONTIGO, organizations such as Proyecto Matria or Taller Salud, and shelters that offer support. I have seen women who have managed to break the cycle of violence, though not without scars. Because leaving is not easy. Because reporting does not always guarantee protection. But staying silent doesn’t either.
And here I want to pause. Because on more than one occasion I have heard —in professional spaces, in the street, in the family— that phrase that turns my stomach: “She asked for it.” As if the crime of passion were an excuse. As if control, jealousy, isolation, economic blackmail were part of love. As if the victim were to blame for her own pain.
Let’s be clear: femicide is the murder of a woman for reasons of gender. Feminicide is when, in addition, there is negligence by the State in preventing, investigating, or punishing that crime. But before reaching that extreme, there are signs. There is violence from the first hair pull, the first shove, the first insult. From the moment the phone is checked, the money is controlled, it is decided who she can talk to or go out with. From the moment fear is imposed.
Gender-based violence that can end in the death of a woman does not begin with a weapon. It begins with a look that devalues, with a word that humiliates, with a hand that squeezes more than it should. It is an act of power, of domination, of non-acceptance of the woman’s autonomy. I have seen it many times: men who do not accept the end of a relationship, who do not tolerate rejection, who act from impotence and wounded ego.
But I have also seen women who have resisted. Who have sought help. Who have rebuilt their lives. And that reminds me that we are not alone. That this is not only the task of the police or the courts. It is the task of the whole society.
I write this because I believe it is possible. That reporting is necessary. That protecting oneself is urgent. That living without fear should not be a privilege. That every woman deserves to be alive. And that not one more flower be cut from our garden.
Text of my own authorship, free from AI.
Images from the free Pixabay archive.
English version supported by the DeepL app.
VERSIÓN EN ESPAÑOL
"PARA QUE NO SE CORTE NI UNA FLOR MÁS EN NUESTRO JARDÍN"
Saludos a todas las Damas —nuestras mujeres valientes, sensibles, poderosas— y también a los caballeros que se suman a este ecosistema con respeto y compromiso.
Es la primera vez que me acerco a este tema, y lo hago con la intención de contribuir. De conversar. De hablar desde las experiencias de mi vida en sociedad, que a veces llevan esa nota triste que, estoy segura, así como me angustia a mí, nos angustia a todos. Pero mi mensaje no será de queja. Es un llamado a una visibilidad cada vez mayor, a una acción cada vez más firme, y a una esperanza cada vez más viva.
Este es un tema que no me es ajeno. Creo que no le es ajeno a nadie. Porque nadie queda indiferente ante el profundo dolor de conocer un feminicidio. Lo he enfrentado en mi práctica profesional cuando he tenido que acompañar a mujeres víctimas de violencia doméstica, de violencia de género. Situaciones que, si no se manejan con prudencia, con calma, pero también con el rigor que requieren y con recursos tanto formales como informales —redes de apoyo, espacios seguros— pueden terminar en tragedia.
Estoy convencida de cuánto se está haciendo. Y de cuánto más podemos hacer como sociedad para erradicar estas tragedias que pueden ocurrir en cualquier rincón del planeta.
He acompañado a muchas mujeres en consulta, tanto en Cuba como en Puerto Rico. Mujeres que han sido golpeadas, amarradas, obligadas a tener relaciones sexuales por sus propias parejas. Mujeres que han sido amenazadas con frases como “Si no eres mía, no serás de nadie.” Mujeres que han hecho lo que han podido para sobrevivir, pero que han enfrentado a hombres más fuertes, más violentos, más protegidos por el silencio.
En Cuba, cuando una mujer siente que está siendo sometida a violencia, puede acudir a la policía, a la Fiscalía, o a las Casas de Orientación a la Mujer y la Familia, coordinadas por la Federación de Mujeres Cubanas. Son espacios que existen y deben utilizarse. No son perfectos, pero pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
En Puerto Rico, también existen rutas de protección. La Oficina de la Procuradora de las Mujeres, líneas de ayuda como 939-CONTIGO, organizaciones como Proyecto Matria o Taller Salud, y refugios que ofrecen apoyo. He visto mujeres que han logrado romper el ciclo de violencia, aunque no sin cicatrices. Porque irse no es fácil. Porque denunciar no siempre garantiza protección. Pero callar tampoco.
Y aquí quiero hacer una pausa. Porque en más de una ocasión he escuchado —en espacios profesionales, en la calle, en la familia— esa frase que me revuelve el estómago: “Ella se lo buscó.” Como si el crimen pasional fuera una excusa. Como si el control, los celos, el aislamiento, el chantaje económico fueran parte del amor. Como si la víctima fuera culpable de su propio dolor.
Seamos claros: el feminicidio es el asesinato de una mujer por razones de género. El feminicidio es cuando, además, hay negligencia del Estado en prevenir, investigar o castigar ese crimen. Pero antes de llegar a ese extremo, hay señales. Hay violencia desde el primer tirón de pelo, el primer empujón, el primer insulto. Desde el momento en que se revisa el teléfono, se controla el dinero, se decide con quién puede hablar o salir. Desde el momento en que se impone el miedo.
La violencia de género que puede terminar en la muerte de una mujer no comienza con un arma. Comienza con una mirada que desvaloriza, con una palabra que humilla, con una mano que aprieta más de lo debido. Es un acto de poder, de dominación, de no aceptación de la autonomía de la mujer. Lo he visto muchas veces: hombres que no aceptan el fin de una relación, que no toleran el rechazo, que actúan desde la impotencia y el ego herido.
Pero también he visto mujeres que han resistido. Que han buscado ayuda. Que han reconstruido sus vidas. Y eso me recuerda que no estamos solas. Que esta no es solo tarea de la policía o de los tribunales. Es tarea de toda la sociedad y escribo esto porque creo que es posible. Que denunciar es necesario. Que protegerse es urgente. Que vivir sin miedo no debe ser un privilegio. Que toda mujer merece estar viva. Y que no se corte ni una flor más de nuestro jardín.
Texto de mi autoría, libre de IA.
Imágenes del archivo libre de Pixabay.
