Once upon a time, there was a very prestigious lawyer who worked hard every week, always following her bosses’ instructions. However, she had a problem that she didn’t want anyone to discover. It was a problem that grew every day, and she believed it could be fatal.
There was also a very talented lawyer who, on Sundays, locked herself in her apartment. As soon as she woke up, just after sunrise, boredom would appear. Even though it might seem like just a word, for her it was not. In her case, it had become a real being — a figure, almost human, that showed up again and again on that day. It was sure to appear.
She always woke up early, even on Sundays. She opened her eyes and got up slowly. Then, the homunculus would sit on her shoulder. Without her noticing, that small creature began whispering to her what to do.
It said things like: “Stay in bed, just wait for lunch time, order junk food, or lie on the couch and let the hours pass while watching social media.” That’s how her Sundays passed: slowly, stealing her soul and her creativity.
The strange thing was that, when Monday came, she went to work with energy. She was the most committed worker. Anything her bosses asked for, she did perfectly — so well that she might even get a promotion or a raise. Still, she hated Sundays.
She hated that homunculus that sat on her shoulder, waiting for her to lie down without moving, so it could turn into a big constrictor snake. In her mind, she saw it as a huge creature with a spine, squeezing her whole body and not letting her do anything. Her family or friends might invite her out, but she couldn’t move from where she was. The boredom became stronger every time she said a loud “no” to any plan.
The Sundays passed, and they felt like a kind of cancer. Not doing anything productive didn’t hurt her work, but in her mind something was breaking. She felt she wasn’t living life. She felt like she was dying, suffocated by that homunculus, which turned into a giant snake.
Many suns rose and many sunsets passed, until one Saturday, she decided to challenge her mind and body. She started by planning a walk outside on Sundays. And she did it, at least during the first few times, when she could escape for a moment from the horrible creature she had created. But the same problem came back when she returned home: she fell under its spell again. She felt the tiredness deep in her bones and muscles, and couldn’t help but listen to it — and lie back down on the couch.
However, something had changed, and the homunculus felt it was losing power. So, on the following Sundays, it tried to stop her from going outside. Sometimes it won, but other times it lost.
Then, one day, the lawyer decided —with a friend’s advice— to go out and explore the world. It was a simple trip, close to her home, but she had made the decision with determination. She felt she needed to do it. And that was when she broke the spell. The homunculus became weaker.
From that moment on, it only took control of her for a few hours, and it no longer turned into a powerful snake; it was getting smaller each week. Her outings were no longer just to visit new places, but also to meet with friends and do something different every Sunday: try new restaurants, watch the sunset at the beach, work out now and then, or even do random things like paragliding.
She noticed how the creature she had created no longer showed up. Her mind no longer felt like it was dying. On the contrary, she felt that her life now had a purpose: to live it.
The homunculus never came back.
At work, the change was clear. She kept performing even better than before. She arrived sun-kissed, with a sparkle in her eyes that others didn’t have, and every Monday she brought a new story to tell.
While others looked grey, she had become colorful. Because the others were still being controlled by their own homunculi every weekend —without daring yet to break the spell.
El Homúnculo del aburrimiento
Hubo una vez una abogada muy prestigiosa que trabajaba arduamente todas las semanas, siguiendo los lineamientos de sus jefes. Sin embargo, tenía un problema que no quería que nadie descubriera. Era un problema que crecía cada día, y ella pensaba que sería fatal.
Érase una vez una abogada muy talentosa que, los domingos, se encerraba en su apartamento. Al despertarse, apenas amanecía, el aburrimiento aparecía. Aunque podría parecer solo una palabra, para ella no lo era. En su caso, se había vuelto un ser corpóreo, una figura casi humana que se manifestaba recurrentemente ese día. Era seguro que haría su aparición.
Siempre se despertaba temprano, incluso los domingos. Abría los ojos y se levantaba poco a poco. Entonces, el homúnculo se posaba en su hombro. Sin saberlo, aquel pequeño ser empezaba a susurrarle qué cosas hacer.
Eran cosas como: "Quédate en la cama, solo espera la hora de comer, pide comida chatarra, o acuéstate en el sofá y deja que pasen las horas mientras ves las redes sociales". Así transcurrían los domingos, lentamente, consumiendo su alma y su creatividad.
Lo extraño era que, al llegar el lunes, salía activamente a trabajar. Era la más entregada. Cualquier cosa que pidieran sus superiores, ella la cumplía a cabalidad y con una maestría que bien podría valerle un ascenso y un aumento de sueldo. Sin embargo, odiaba los domingos.
Odiaba a aquel homúnculo que se posaba en su hombro, que esperaba a que se acostara inerte para transformarse en una gran serpiente constrictora. En su mente, lo veía como un ser enorme y vertebrado que apretaba todo su cuerpo, sin dejarla hacer nada. Sus familiares o amigos podían invitarla a salir, pero ella no podía moverse del sitio en el que estaba fijada. El aburrimiento se hacía más fuerte cada vez que respondía con un rotundo "no" a cualquier propuesta.
Los domingos pasaban y sentía que eran un cáncer. No hacer nada productivo no afectaba su desempeño laboral, pero en su mente se estaba astillando. Sentía que no vivía la vida, que se estaba muriendo asfixiada por aquel homúnculo que se convertía en una serpiente enorme.
Muchos soles salieron y muchos crepúsculos se cumplieron, hasta que un sábado decidió retar su mente y su cuerpo. Comenzó programando una salida a caminar los domingos. Y así lo hizo durante los primeros, en los que lograba escapar momentáneamente del horrible ser que había creado. Sin embargo, el mismo problema surgía al volver a casa: caía en sus hechizos. Sentía el cansancio rondar en sus huesos y músculos, y no podía evitar hacerle caso y tenderse en el sofá.
No obstante, algo había cambiado, y el homúnculo sintió que perdía poder. Así que, los domingos siguientes, intentó no dejarla salir a la calle. Algunas veces ganaba, pero otras veces perdía.
Entonces, un día, la abogada decidió —por consejo de un amigo— aventurarse a conocer el mundo. Fue un viaje sencillo, cercano a su hogar, pero que había decidido hacer con determinación. Sentía que necesitaba hacerlo. Y fue entonces cuando rompió el hechizo. El homúnculo perdió fuerza.
A partir de ese momento, solo se apoderaba de ella por unas pocas horas, pero ya no se transformaba en una serpiente poderosa; iba disminuyendo de tamaño con cada semana. Las salidas ya no eran únicamente para conocer lugares, sino para quedar con amigos, hacer algo distinto cada domingo: degustar nuevos restaurantes, contemplar la playa por las tardes, entrenar de vez en cuando, o incluso hacer cosas aleatorias, como lanzarse en parapente.
Notó cómo el ser que había creado ya no se materializaba. Su mente dejó de sentir que moría. Por el contrario, sentía que su vida ahora tenía un propósito: vivirla.
El homúnculo no volvió a aparecer.
En el trabajo, el cambio se notó. Seguía rindiendo con más fuerza que nunca. Llegaba bronceada, con un brillo en los ojos que los demás no tenían, y cada lunes traía una historia diferente para contar.
Mientras los demás parecían grises, ella se había vuelto colorida. Porque los demás también se dejaban llevar por sus propios homúnculos cada fin de semana, sin atreverse aún a romper el hechizo.
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