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-¿Por qué dibujas lunas?- preguntó el pequeño a su abuelo de una forma curiosa pero inocente sin descifrar la mágica respuesta - es para iluminar tu camino - le responde mientras regala de su rostro una sonrisa que luego se desvanece así como el sueño en el que estaba sumergido.
Era sólo un sueño, pensó aquel ya hombre cuya inocente juventud quedó en el pasado. Se detuvo a pensar sobre si realmente se trataba de un sueño cualquiera o formaba parte de sus memorias gritándole algo en su momento más íntimo.
Pero no había mucho tiempo que perder en tales cosas que para un mayor son tonterías. La pieza más deseada por los curadores debía terminarse lo más pronto posible para que la galería fuese un éxito rotundo. No iba a ver más oportunidades que esa, pero su musa no estaba de su lado, pues había caído en un bloqueo mental y artístico por recientes acontecimientos familiares.
Su abuelo, aquel que había divisado en sus sueños ya no se encontraba con vida, pero muy en el interior de este hombre estaba creciendo el sentimiento de remordimiento por dejar de hacer lo que realmente debía hacerse, promesas que nunca se cumplieron, y una memoria fotográfica que va volviéndose una neblina ante la distancia que este tomó de quien fue su única familia.
Era impensable para él acercarse siquiera a la posibilidad de acudir hasta aquella tumba donde no hubo una real despedida. Pero de alguna forma debía enfrentar su realidad en búsqueda de aquella luz que pudiera iluminar su creativa imaginación.
Un par de rosas blancas como la preferencia que su abuelo tenía en vida, pues eran las fragancias que recordaban a su amada ya difunta quien partió primero que él, y cuyas flores siempre adornaban su tumba todos los días.
Ante su presencia en la tumba sucia de su abuelo, no hubo más que sólo el silencio de un dolor agonizante dentro de su interior que buscaba una salida para escapar, pero ante ello, lágrimas salieron de su rostro como el inicio de un llanto acanalado por sus mejillas y un rostro fruncido transmutando el dolor de su corazón.
“No sé qué decirte” pensó aquel hombre mientras sus rodillas apuntaban al suelo y sus manos llenas de barro empezaron a dar visión de aquella lápida fría al nombre de a quién pertenecía.
Las lágrimas cayeron en aquella encharcada lápida y un torrencial viento acompañado de lluvia cayeron sobre ambos, creando el mayor silencio y la escena perfecta para que los gritos y palabras susurradas entre lo salado del llanto se opacaran por el mismo clima.
En ello parte del cielo que era testigo de su cuerpo inerte se volvió oscuro como una sombra que sólo le cubría él, y cuya lluvia dejó de caer sobre su espalda.
-Él siempre te amó- escucha una voz de hombre desconocido detrás suya, y mirando al suelo con algo de miedo se da cuenta que viene acompañado de una sombrillilla. En un intento de voltear para mirar siente una mano en su hombro, lo bastante cálido para pensar que no era alguien real por el frío de la lluvia.
Para su sorpresa al voltear su mirada a aquella cálida mano, reconoció de donde provenía esa voz, algo que hizo que lo que quedaba de nudo en su garganta explotara en un llanto aún más agonizante como si fuese aquel momento la real despedida que nunca tuvieron.
-Perdón- dice aquel hombre clamando redención con la voz entrecortada.
-No hay nada que perdonar, eres y siempre serás mi pequeña Luna incluso a donde vayas- lo menciona como un susurro que se va desvaneciendo con el viento al igual que el hombro de aquel hombre desconsolado dejo de sentir el calor y pero del roce de aquella mano.
En ello aquel llanto desapareció también, y aquel invierno en su interior se volvió cálido - ¿cómo pude olvidarlo?- se pregunta así mismo con una sonrisa que reconforta su cuerpo calmado y un recuerdo vívido que quiso reflejar en la obra nunca pensada para él y cuyos sentimientos reflejaban todo el amor que aun con la distancia aquella persona le tuvo.