Hola, ¡bonito día para todos! Hoy vengo a compartirles algo que escribí para unos niños de la comunidad de Pampatar, un sector muy conocido a nivel turístico aquí en Margarita (la bella isla en la que vivo) y con muchos restaurantes caros, pero a su vez, con unos pobladores de bajos recursos invisibilizados entre la movida ‘chic’. Allí, maravillosamente, hay una fundación que se encarga de darle de comer a los niños cinco veces a la semana cada almuerzo y además les dan talleres y tareas dirigidas. Es una fundación cristiana, lo que me choca un poquito, pero lo importante son los chamos, que están siempre en contacto con mucha violencia, desnutrición y prostitución. Muchos son analfabetas y no les interesan los libros, pero son astutos como no tienen idea.
La idea de este cuento fue contárselos como una cuenta cuentos, exagerando los matices de las palabras y los movimientos. Al final les gustó más una rutina de payasos que llevamos un grupo de amigos de teatro y yo, pero quedó esto hecho con amor.
El vagabundo
Un señor muy flaco, con ojos muy grandes. Un señor patón sin afeitarse. Un señor descalzo vestido con trapos. Un señor simpático que maullaba igual a un gato, se encontraba en una acera viendo a la gente pasar. Observaba a los niños malcriados que lloraban por un helado, y a las madres coquetas que les daban por el rabo... Observaba a los padres acariciarse la panza y a los perros huesudos pedir un poco de agua, observaba a las niñas coquetas pintarse los labios y a los niños traviesos pelearse como gallos. Pensó el señor "¡Qué raro! ninguno parece preocuparse en porqué el cielo no es morado, porqué caminamos y no volamos o porqué todos queremos lo que no nos han dado". El vagabundo desconcertado quería hacerle ver a todos que la vida es más que corotos, cachivaches y sueños frustrados, que la vida es tan bonita como el sonido de una campanita, que la vida es tan rápida como una rata asustada y que es tan buena como una empanada de la abuela. El señor se acostó en medio de la calle y gritó "¡El mundo está dando vueltas y todos ustedes están parados!". La gente se acercó un poco asustada, creyendo que el señor loco de remate estaba, pero entonces una niña se dio cuenta viendo a las caras de quienes allí se encontraban, que verdaderamente todos parecían unas caraotas congeladas. La niña dijo entonces "¡Miren, es verdad, todos están quietos como un tuqueque muerto!". Las viejas se rieron y los viejos se fueron, y dejaron al señor acostado sin hacerle mayor caso. La niña quedó decepcionada, casi igual a una mariposa enjaulada. El señor por su parte, parecía no necesitarles. Se paró muy tranquilo, en solo un momento, con un solo brinco y caminó hacia la playa, a refugiarse entre las algas. La niña no tuvo más remedio que irse para su casa, viendo para abajo, intentando no llorar. Pero ese día se fue a la cama pensando en la vida, imaginado el espacio y calculando que la tierra siempre gira, que la gente no se da cuenta de que está estancada y que se ríen de quienes se atreven a observar a la nada.
(ilustración de mi autoría)