
Esta semana fue una de esas en las que el día se siente demasiado corto y la lista de tareas demasiado larga. Sin embargo, mi compromiso con el running no es negociable; es mi ancla. Así que, con el sol poniéndose, tomé la decisión: cambiaría el asfalto caliente del día por la serenidad fresca de la noche. Y así fue como realicé dos trotes de 3 km, uno el miércoles y otro el jueves, que se sintieron menos como un entrenamiento y más como una sesión de terapia.
El mayor regalo del trote nocturno es, sin duda, la atmósfera. Alrededor de las 9 p.m., la ciudad se transforma. El estruendo de los motores y el bullicio de la gente dan paso a una calma sonora, interrumpida solo por el eco rítmico de mis zapatillas contra el pavimento. El aire ya no es denso y sofocante, sino una caricia fresca que se agradece en cada inhalación. Es el clima perfecto para mantener un ritmo sostenido y cómodo.
Los primeros metros siempre son una batalla. El cuerpo, cansado de la jornada laboral, protesta. Pero en cuanto el motor arranca, la magia de la noche me envuelve. La iluminación tenue de los faroles alarga mi sombra, haciéndome sentir como la única protagonista de una película silenciosa. Es en estos momentos, cuando la visibilidad se reduce un poco, que los otros sentidos se agudizan. No solo corro con las piernas, sino también con los oídos, pendiente de mi entorno. Por supuesto, siempre tomando precauciones, usando mi brazalete reflectante y eligiendo rutas bien iluminadas. El trote de 3 km es la distancia perfecta para mí ahora mismo. Es lo suficientemente corto como para ser sostenible y no agotarme, pero lo suficientemente largo para forzarme a encontrar mi ritmo de crucero y a vaciar mi mente. Cada vuelta que doy, cada kilómetro que marco, siento cómo el estrés acumulado del día se disuelve. Los problemas que parecían gigantes se minimizan bajo el inmenso cielo nocturno. Cuando completo el recorrido, el contraste entre mi estado inicial y el final es abrumador. El cansancio físico es reconfortante, y la mente está clara, en calma. Es una sensación de doble victoria: no solo mantuve mi ritmo y cumplí con mi objetivo semanal, sino que también me regalé un momento de paz inigualable. La noche, que antes era solo un tiempo de descanso, se ha convertido en mi aliada secreta para recargar energías. Definitivamente, este hábito se queda en mi rutina.
Pueden verificar mis entrenamientos aquí en strava: Miércoles
Y Jueves
Les mando un gran abrazo a todos espero se encuentren muy bien.
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