Después de darle muchas vueltas a la idea, decidí aceptar la única oferta de trabajo que había recibido en meses. Después de todo, qué otra cosa iba a ser un viejo profesor de matemáticas con la extraña habilidad de levitar, tarde una niña que también podía levitar. Por más que insistí en la universidad, en escuelas privadas y hasta en correccionales, necesitaba un profesor de matemáticas. La Inteligencia artificial nos había dejado a todos sin trabajo, pero claro aún no era capaz de levitar y sobre todo de cuidar a una niña, como todos saben la Inteligencia artificial había perdido la paciencia y no aceptaba tareas que no estuvieran perfectamente definidas. Como sea, al menos ya no tendría que depender exclusivamente de mi pequeña pensión.
Debo confesar que al principio iba un poquito desanimado, no tenía humor de caminar. Levitaba a escaso medio metro del suelo, con la cabeza baja y un sentimiento de humillación que no había sentido en muchos años, cuando conocí a Anita, algo renació dentro de mí. Abuelo, me decía. Como si me conociera de toda su escasa vida.
Buenas tardes Profesor, me saludó atentamente la madre de la niña justamente en la puerta de la residencia. Parecía como si tuvieran prisa de salir. Como no habían encontrado quién cuidará a la niña voladora, habían pospuesto sus vacaciones en múltiples ocasiones y la servidumbre simplemente no tenía la posibilidad de andarla bajando de los árboles.
Así empezó mi vida de niñero. Lo que empezó como algo frustrante se convirtió en lo que daría razón a mi vida...
Historia corta y pintura
@saulos