En mi blog anterior, les conté cómo fue enterarme de mi diagnostico. Pero, ¿qué pasa después de esa gran revelación? La vida no se detiene. Seguí luchando, ahora con los ojos un poco más abiertos, entendiendo que mi cerebro funciona bajo reglas diferentes, de las cuales me voy dando cuenta con el diario vivir. En la universidad, esa diferencia se traduce en un constante y abrumador ruido. Les compartiré mi experiencia en el día de hoy siendo autista y como se siente desregularse con cosas que son completamente cotidianas.

Desde la ventana de mi hogar
Orégano orejón. Acudo a él en agua calentita, en un intento de volver a la calma, de volver a estar regulada, en tranquilidad, e intentar centrarme en una sola cosa de las tantas que tengo por hacer. Respiro profundo, intento ignorar el ruido de mi entorno y continuar... Es difícil. A veces quisiera tener otro cuerpo, uno que drene el estrés de manera distinta, algo menos abrumador. Intenté que hoy fuese un día productivo, bondadoso conmigo, pero a veces las cosas no salen como esperamos.
Soy un poco (bastante) tímida cuando estoy en grupos grandes de personas. Ir a clases en la universidad constantemente es un reto, pero allí estoy, siendo parte del mecanismo que ha construido la sociedad. A veces no lo soporto y termino por escaparme del salón de clases para trabajar más a gusto en mi casa, en mi habitación, condicionada a mis necesidades: calma, privacidad, espacio conocido, confianza para estar en el lugar que sea cómodo para mí. Y así, en libertad, hacer mis proyectos de arte.
En la clase anterior, mi profesor de dibujo tomó un espacio para indagar por qué huía de clases y no trabajaba en el taller. En ese momento quise contarle todas mis razones de manera que comprendiera que no funciono igual al común de las personas, pero los nervios fueron mayores y terminé solo por decir que "no soportaba el ruido que armaban en clases la mayoría del tiempo". Esto es cierto en parte: es un grupo que ha conseguido mantener confianza entre todos para soltar chistes que, a mi parecer, son bastante irrespetuosos. No he podido ser parte de eso, ni quiero serlo tampoco, pero sé que decirlo así, como lo solté en la conversación con el profesor, puede ser malinterpretado.
Hoy, sé que con sus mejores intenciones, el profesor mencionó en varias oportunidades que soy una persona altamente sensible y que necesitaba de la colaboración de todos para que yo pudiera trabajar en clases al igual que ellos. Es algo que se lo agradezco, pero hubiese sido mejor que no mencionara nada. Las personas a la primera no lo entienden, y un grupo de al menos 15 personas no van a cambiar su ambiente solo por una. Además, tengo la atención de todos y eso es aún peor, aún más pesado.
Apenas terminó la clase, me vine corriendo a casa, sin poder despedirme de nadie, con el abdomen comprimido, sin casi poder respirar. Con otra lista de cosas que tengo que hacer para clases y la incómoda certeza de que no estoy siendo bien vista. Por eso, a lo mejor que puedo recurrir en estos momentos es a una taza de té, en un intento de soltar la tensión que tengo atrapada en mi interior: tomar una bebida caliente y respirar profundo. Solo eso puedo hacer por ahora.
Aquí, Vero González.
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El protagonista de la clase de hoy
¡Hasta un próximo blog!