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La ansiedad te cierra el corazón; tu mente está alerta, el temor atenazando el alma, el nerviosismo disparando una alarma quizás innecesaria.
La calma no llega y la desesperación hace mella; como quimera desquiciada te arruina la noche y el espíritu sin mayor esfuerzo.
Intentas pensar en frío; el interior pide socorro, los ojos quieren llorar y la voz quiere gritar como si algo estuviera por suceder.
Ruegas a Dios por calma; confías en Su Palabra y Su Sabiduría infinita; confías es que todo estará bien, que todo está a salvo.
Cierras los ojos, respiras hondo, escuchándote a ti mismo meciéndote en la respiración e invitar a la calma a permanecer en ti.
