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Mientras se hundía en la monotonía del teclado, con la música de su videojuego favorito reproduciéndose en el fondo, la mente de Amelia empezó a vagar por una serie de ideas y anhelos.
¿Por qué a ella no le sucedía lo mismo que a los personajes de los manhwas coreanos que solía leer por las noches en la aparente tranquilidad de su habitación?, ¿por qué no podía transmigrar a otra vida, en el cuerpo de un personaje cualquiera de una novela cualquiera como solía suceder a sus personajes favoritos?
Su vida en ese momento se estaba tornando insufrible; en su familia no podía tener ni un ápice de paz sin que surgiera un drama relacionado con cualquier estupidez. Tenía que lidiar con gente cuya razón era muy inapelable mientras su salud mental pagaba las consecuencias de encontrarse en medio de ese ambiente nada saludable; los proyectos en los que trabajaba como freelancer apenas alcanzaban para costearse sus gustos y su pequeño negocio estaba estancado.
Se sentía perdida en el mar de tanto conflicto. Había ocasiones en las que anhelaba marcharse de casa y nunca volver, pero debía hacerlo porque no podía dejar sola a su pariente más anciana. Había ocasiones en los que se le pasaba por la cabeza la idea, el deseo de empezar desde cero, de reencarnar en otra vida mucho más apacible, sin tanto drama infernal con pleitos estúpidos.
Pero una voz en su interior, una muy pequeña, le decía que debía continuar luchando. Que debía luchar en esa vida, pues no todo iba a ser igual. Y era esa misma voz interior que le decía que todo saldría bien.
Se volvió hacia la ventana que estaba detrás suyo. Ya había anochecido.
"Mañana será otro día", musitó mientras apagaba su computadora.
