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Intentó respirar hondo, pero la furia era demasiada para procesar. Si estuviera en casa, estaría rompiendo hasta su lámpara. Por fortuna, estaba en la biblioteca, un lugar público en donde podría encontrar un momento de paz si no fuera porque se sentía presionada por parte de sus familiares, quienes, a pesar de tener teléfonos móviles y saldo para hacer llamadas, no eran capaces de levantar un dedo para llamar y exigir explicaciones a la compañía de luz sobre en cuánto tiempo se restablecería el servicio.
¿Sus excusas? Que la compañía de teléfono no les permite realizar la llamada. Mentira clásica para no querer hacer una simple llamada por un servicio igual de básico como la luz eléctrica.
Cerró los ojos, respiró dos veces, intentando soltar todo el enojo, la furia, la bilis... Todo lo que quisiera apoderarse de su razón. No era fácil dejar ir esa clase de sentimiento, pero Mónica se repetía a sí misma que lo mejor era dejar ir ese enojo, que no valía la pena enojarse ´por una nimiedad.
En medio de ese ejercicio, Mónica se dio cuenta de que habían cosas por las que no valía la pena enojarse, mucho menos entristecerse. Dichas cosas requerían acciones silenciosas y concretas en varios aspectos de su vida.
Una de esas cosas era simplemente fluir con la vida y dejar ir tanto lo dañino como aquello que cumplió su misión o etapa en su vida.
No sería fácil, pero comprendía que debía hacerlo para crecer como persona, para ser feliz consigo misma, para adaptarse a la vida de la mejor manera posible.
Para ser ella misma en un mundo demasiado complicado.
