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La profecía del segundo príncipe
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Niloctetes Borg miró de reojo a su hijo Adelbarae, quien acababa de regresar del Templo de las Dunas de Júpiter. El joven general estaba visiblemente preocupado; las palabras emitidas por la Santa Vidente sonaron a una condena más que a un augurio, y razón no faltaba para sentirlo como tal. El emperador Ergane VI de Saturno estaba a punto de lanzar una campaña de conquista contra Plutón, planeta que durante décadas ha resistido los intentos de anexión de forma exitosa. El mero conocimiento de que lanzar una ofensiva contra los plutonianos podría traer desgracia y tragedia, así como acelerar el fin del imperio, ha hecho que el emperador reconsidere sus expectativas expansionistas.
Adelbarae estaba decepcionado, pero Niloctetes sabía a la perfección que los mensajes de la Gran Madre no deberían ser desafiadas. Incluso si en algún momento consideró las profecía como tonterías, Niloctetes se consideraba a sí mismo un testigo más de la actuación de la divinidad. La Gran Madre había determinado que su hijo Adelbarae no engendrará ningún hijo descendiente con su fallecida nuera, Güzelay de la Tierra. Este vacío de hijos, de descendencia, fue un mensaje claro para Niloctetes: mientras Adelbarae estuviera rendido ante los amores de Ecclesía, la favorita del emperador y madre de uno de los contendientes al trono, ningún infante vendrá a su casa.
Niloctetes, en su desesperación, había tratado por todos los medios de que su hijo estuviera más tiempo con su esposa. Hasta Güzelay se había esforzado por retenerlo. Pero Adelbarae... El infeliz estaba más pendiente de Ecclesía que de cualquier cosa. Un hijo débil e impulsivo cuyas victorias las dedica a quien podría ser la causa de su caída, a pesar de haber visto de primera mano que aquella mujer solo lo utiliza para sus propios fines.
"Si desafías a la Gran Madre, por supuesto que habrá más desgracia de la que no puede caerle a nuestra familia", dijo el viejo general mientras se volvía hacia su hijo. "Adelbarae, escúchame bien, y más te valga que lo hagas, porque de lo contrario no me quedará de otra que desajenarme de tu vida y prohibirle al resto de la familia que te dirija la palabra".
Adelbarae le miró con una mezcla de decepción y estupefacción. Niloctetes le restó importancia a su reacción con el simple acto de apartarse de él y dirigirse a la mesa de bebidas.
"Antes de que te casaras, consulté con la Santa Vidente sobre tu futuro con Güzelay. La Gran Madre ha castigado mi orgullo y mi osadía al no haber hijos de tu parte. Y reconozco que esto me ha dolido el orgullo, pero aprendí que hay designios que es mejor escuchar y actuar con prudencia", dijo Niloctetes mientras se servía un vaso de vino. "La vidente me dijo con claridad que ningún hijo habrá mientras estuvieras encaprichado con la hetaira imperial; respeté el designio, pero a la vez no podía aceptar el hecho de que la casa Borg se quede sin descendencia mientras estés... enamorado de esa mujer".
Adelbarae no dijo nada. Niloctetes, volviéndose hacia él, añadió: "Entiendo que quieras descargar tu furia, tu frustración por cómo terminaste con Ecclesía, pero ve esto como algo que se veía venir. Una vez que Ecclesía termine de usarte, se desharía de ti con la misma facilidad con la que logró deshacerse de varios de sus enemigos... Y de tu esposa".
El joven general lo miró con extrañeza. "¿De mi esposa? ¿Estás sugiriendo que...?"
"No estoy sugiriendo nada, Adelbarae. Lo sé, y de muy buena fuente. Por algo es bueno estar bien con todos, incluyendo al marqués de Fertz".
Adelbarae se quedó boquiabierto. "¿El marqués?, ¿el mismo bastardo que dejó desprotegida a Güzelay?"
"¿Eso te contó la hetaira? ¿Que el marqués la dejó a su suerte?", replicó Niloctetes con sorna.
Acercándose a su hijo, Niloctetes añadió: "Cuando una serpiente se topa con un águila, lo primero que hace es buscar el modo de defensa. Ponte a pensar por un momento, Adelbarae: ¿qué habrías hecho tú si alguien te hubiera hecho pedazos sin tanto esfuerzo delante del emperador? ¿No buscarías venganza?, ¿no buscarías protegerte?"
Adelbarae iba a contestar, pero las palabras murieron en su garganta. Niloctetes añadió: "Tú y yo hemos visto hasta qué extremos llegan los Padernelis con quienes consideran una amenaza a su posición, hijo. ¿Crees que Ecclesía iba a esperar que regresemos a Saturno para deshacerse de tu esposa? No, hijo mío. La perra actuó mientras tú te la pasabas llorando por algo que no era tu jodido destino".
Acercándose a la ventana, el viejo general añadió: "Por lo que me dijo el marqués de Fertz en la última noche de la cacería, los hombres que los emboscaron no eran nativos. Eran hombres de Creonte".
Un silencio pesado invadió la estancia. La consternación invadió a Adelbarae como una ola de agua salada. "Hombres de Creonte...", musitó. "¿Estaba seguro el marqués...?"
"¡Por los dioses, Adelbarae, ese hombre fue discípulo y amigo personal del mismísimo Hanis Bey! Uno de los mejores soldados de su generación junto con su hermano Orhan. Un hombre de honor y un combatiente formidable. Un hombre demasiado observador. Quizás la vejez ha hecho de las suyas, pero no dudo que haya defendido a Güzelay como mejor pudo; de hecho, él la vio pelear contra dos de esos supuestos nativos antes de que la drogaran. Ahora dime: ¿los nativos suelen drogar a sus víctimas con un narcótico empleado en un hospital?"
Adelbarae tragó en seco. Por primera vez se sintió acorralado. Por un momento quiso pensar que todo era una venganza por parte de su padre por su incompetencia marital, pero la mención del marqués de Fertz y la defensa de su padre lo obligaron a considerar otras perspectivas. A enfrentar su propia falla como heredero de la familia y como alguien que no supo cuándo quedarse callado para no poner en peligro a otros.
"¿Qué es lo que piensas hacer al respecto, padre?"
Niloctetes se cruzó de brazos, mirándolo con decepción y leve compasión, si es que su hijo en verdad merecía lo último. Con un suspiro, le respondió: "Por el momento nada... Una desgracia, pero a la vez una prudencia".
