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La institución, según le llegaron a contar, giró la orden de que la atención a los pacientes se limitara a 15 minutos. Era muy raro el médico que se saltaba esa regla y tratara de ayudar como pudiera; y los que lo hacían, o bien recibían sanción administrativa o les llamaban la atención.
Y si lo pensaba con mayor detenimiento, deducía que esa regla de los quince minutos podía deberse a la alta afluencia de pacientes, quienes debían esperar hasta dos horas para ser atendidas por el especialista.
Aunado a ello debía considerar la alta burocracia imperante. Para poder hacerse una endoscopía, debía agendar varias citas: con el especialista en Medicina Interna, con el anestesiólogo, con el encargado de Cardiología, con el radiólogo, y con el químico clínico. Los dos primeros especialistas debían dar el visto bueno para que le pudieran dar la endoscopía; si ambos consideraban que la persona podría tener problemas al momento de llevarse a cabo el procedimiento, sugerirían otro tipo de intervención.
Todos esos procedimientos llevaban su tiempo, su dinero y sus vueltas. Era cansino y a veces agotaba la paciencia de uno por las largas filas, las agendas apretadas de los titulares y, a veces, la incompetencia de las secretarias encargadas de agendar las citas. Un mal necesario para llevar a cabo lo solicitado por el médico tratante.
Octavio se dejó caer en la silla del comedor mientras su madre iba a la cocina a buscar agua. Estaba agotado de estar haciendo tanto trámite. Por obviedad no debería sentirse así, porque todo fue en la mañana, pero permanecer en el hospital dos horas de pie, corriendo de un lado a otro, haciendo filas, soportar actitudes desagradables y demás... Bueno, todo eso terminó por mermar su energía.
"Dios quiera y todo esto salga bien, a pesar de todo", musitó mientras bebía unos sorbos de agua.
