Nota de la autora: El presente relato está inspirado en un suceso que aconteció ayer, 26 de septiembre. Durante cuatro horas estuvimos sin luz, sin agua y sin comunicaciones debido a una falla eléctrica que afectó a toda la Península de Yucatán. La luz se restableció, al menos en el Centro de Mérida, a eso de las 6:30 de la tarde.
 **Imagen editada con Canva. Fuente de la imagen: [Pexels](https://www.pexels.com/es-es/foto/bombilla-de-luz-clara-iluminada-2322425)**
Se dirigió entonces a comprar unas papas en la cervecería de la esquina. La dueña le comentó que las líneas estaban caídas; los datos móviles habían sido suspendidos temporalmente. Al regresar a casa, trató de comunicarse con su hermano a través de mensajes de texto. Fue él quien le dijo que no había energía en toda la región. Esa fue su último mensaje de texto.
La imaginación de Alexia empezó a volar conforme pasaban las horas. Lo primero que pensó fue que alguien se había accidentado de nuevo cerca de las líneas de alta tensión, tal y como sucedió dos años atrás. Pronto se encontró pensando que quizás había un golpe de estado, una invasión por parte del país vecino por alguna justificación absurda, o que algún pájaro despistado se accidentó mientras volaba.
A las 4 de la tarde miró la pantalla de su teléfono; la señal telefónica parecía regresar, pero las llamadas aún no entraban, y el servicio de internet móvil estaba desactivado por la compañía. La batería estaba al 17%. Afuera de la casa, la lluvia estaba recia, trayendo frescura en medio de un calor sofocante.
En una hora debía estar en casa de un amigo antropólogo, a quien asistía en sus clases en línea. Tenía duda de ir debido a la lluvia. Si por ella fuera, se iría en vehículo, más no podía permitirse gastarlo debido a que contaba con lo justo para sobrevivir el fin de mes; tenía saldo en su tarjeta de transporte, pero no quería arriesgarse a pescar una gripe monumental.
Cuando notaba que la señal del teléfono estaba activa, trató de comunicarse. Nada. La llamada no entraba.
Para las 5:30 de la tarde, el sol empezaba a ocultarse. Pronto se oscurecería, por lo que ella decidió que ya era momento de sacar las lámparas de emergencia que había comprado para los bazares a donde iba a vender. Una se la entregó a su abuela, quien estaba con su mamá y su tía sentadas en la mesa; la otra se la quedó ella en su escritorio.
Para las 6:30 de la tarde, su ventilador emitió un sonido que la llenó de gozo: la luz había regresado.
Ni corta ni perezosa, fue a conectar su teléfono moribundo, encendió, bajó a ver si el agua había regresado, y después llamó a su colega; la clase se había trasladado para el lunes.
Perfecto.
Bajó nuevamente al escuchar la voz de su hermano. Éste comentó que el apagón había sido a nivel regional; al parecer había sido por mantenimiento. Su abuela estaba indignada, pues ese tipo de situaciones se pudieron haber prevenido con un aviso. Debido a que por su trabajo las calles aún estaban oscuras y el transporte presentaba demoras, su hermano y un amigo suyo habían resuelto regresar a sus hogares caminando.
Fue a revisar la toma de agua principal del patio, la cual estaba conectada de forma directa al sistema. Todavía no había regresado, y dedujo que habría buena presión hídrica a eso de las nueve o diez de la noche.
Con un suspiro, entró a la casa a cenar un par de galletas antes de marcharse. No le iban a subir a la bomba aún por temor a que la luz se fuera de nuevo, por lo que optó por bañarse al día siguiente, cuando ya todo esté normalizado.
Por ahora, solo le quedaba regresar a su habitación, rezar y dormir, pues el mañana traerá nuevos retos y nuevas esperanzas.
