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Decidió tomarlo para hojearlo, ver con detenimiento su contenido. Quizás haría con ese libro una serie de collages para entretenerse.
La música resonaba a través de sus audífonos inalámbricos. Mientras se hundía en el mundo de las puntadas, miles de pensamientos pasaron por su cabeza. Hacía tiempo que no agarraba una aguja y un mantelito para bordar; recordó las clases de corte y confección, donde su maestra le enseñaba todo tipo de puntadas.
Era reconfortante, divertido, bastante relajante. Era una especie de prueba de paciencia, de vaciar todo lo bueno y lo malo, de tranquilizar el alma y el corazón.
¿Qué haría con ese pedazo de apenas un metro? Un mantel, sí... O quizás un centro de mesa. ¿Quién sabe?
