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La razón de su asistencia era una fuerte gripe que asolaba a la anciana desde hace un par de días, con tos, estornudos y fiebre leve. Roberta había urgido a su abuela en acudir con ella al Seguro Social para atender la gripe desde el primer indicio de fiebre; temía que esa gripe se le complicara en algo más severo, dado que a sus 88 años su salud no estaba muy en forma.
Su abuela se negó rotundamente a acudir con él médico, diciendo que era una simple gripe. Pero ya conforme pasaba el día, la fiebre iba y venía, por lo que Roberta decidió llevar a consultar a su abuela para que tomara lo necesario, sobre todo con la fecha de su endoscopía acercándose.
Un rugido en el estómago le recordó que ni ella ni su abuela habían almorzado. Pronto el arrepentimiento la asaltó; debió haberse ido con el médico de la farmacia cerca de casa, pero su abuela no quería gastar dinero en medicinas.
Miró de reojo a la gente que llegaba al consultorio; eran las citas programadas. Lo peor era que su abuela y otras dos personas que llegaron antes con la intención de consultar aún estaban a la deriva. No podía explicarse por qué diablos hacían eso del fichaje cuando bien pudieron decirle que se iban directo a Unifila.
La enfermera la llamó. Le dijo que habría que esperar hasta las 4 de la tarde a ver quién cancela su cita en cualquiera de los consultorios.
Tuvo que avisar a sus familiares sobre el asunto. “Será una larga espera...”, musitó mientras se sentaba junto con su abuela.
