Una terrícola en Titán - Capítulo veinticinco

@vickaboleyn · 2025-08-10 23:50 · CELF Magazine
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La noche cayó en el campamento. Saturno parecía una luna gigante, con sus anillos dorados, alzándose en el firmamento conforme el sol se ocultaba.

Era un espectáculo hermoso, divino, reconfortante, nostálgico. Una experiencia maravillosa que dudo volver a ver en los días por venir, pues esta misma noche me escaparé del campamento.

Dejo escapar un gemido de nerviosismo mientras me peinaba el cabello. No puedo negar que me estaba invadiendo la duda y el miedo. Una y otra vez mi mente se preguntaba qué había ahí afuera, a qué peligros me enfrentaría y si lograba salir viva de Titán. Las historias que he escuchado de los soldados que participaban en las cacerías alimentaban esos miedos y dudas. Algunos decían que en lo profundo de las selvas vivían nativos que solían sacrificar a sus prisioneros en altares de fuego y huesos; otros juraban haber visto animales gigantes de apariencia extraña, con dientes filosos y garras que parecen sacados de una pesadilla.

Un ruido distrajo mis pensamientos.

Parecía que la partida de caza regresó. Curiosa, fui al centro del campamento, en donde solían exhibir los cazadores sus presas más fabulosas. O más bien aterradoras, impresionantes. Extintas en la Tierra, vivas en esta luna olvidada de Dios. Esto último lo digo porque, apenas logré alcanzar una mejor vista del espécimen cazado, lancé una exclamación de asombro.

No era para menos. Delante de mí había un animal con manos y cabeza pequeña, cuerpo grande, con un par de cuernos pequeños sobresaliendo sobre los ojos. Un carnotauro, como lo conocemos en la Tierra.

“Te veo impresionada”, escuché que comentara Zorg, quien se puso a mi lado.

Lo miré de reojo un momento antes de devolver mi vista hacia el animal muerto. “¿Debería no estarlo? Estas criaturas se consideran extintas en la Tierra hace millones de años”, repliqué con cautela.

Zorg me miró incrédulo. “¿Tanto tiempo?”

“Sí. Conocemos su existencia gracias a los fósiles encontrados en algunas partes de mi planeta. Les llamamos carnotauros”.

“Interesante… Un nombre curioso para una bestia demasiado tonta”.

“¿Cómo lo llaman ustedes?”

“Dirhos”.

Fue mi turno de mirarlo con incredulidad. “Un nombre demasiado absurdo para un depredador como nuestro querido amigo muerto”, dije con sorna.

Zorg rió a carcajadas. “Eres graciosa, Güzelay. No conocía esa faceta tuya”.

“Ya ves. Uno no termina de conocer a la gente. Si me disculpas, me retiro; debo prepararme para la cena de esta noche”.

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Bebiendo un sorbo del vino que me sirvieron, observé de reojo a mis compañeros de esta noche. El comedor imperial estaba colocado en el centro del campamento, rodeado de antorchas y guardias que vigilaban cada movimiento, cada gesto que uno hiciera. Su vigilancia estrecha hizo que me decantara por actuar con una mezcla de naturalidad y cautela, tratando de no demostrar nerviosismo e incomodidad al ser asignada al lado de Ralna y delante de Adelbarae.

Mientras llevaba pequeños bocados de comida a la boca, escuchaba con atención las murmuraciones de los demás asistentes. Fue una cacería feroz, por lo que pude deducir. El carnotauro había sido encontrado en una cueva ubicada en lo alto de las montañas, en donde tenía su nido. Las crías fueron masacradas y desolladas; el carnotauro, enfurecido por la muerte de su descendencia, los persiguió hasta llegar a un claro en donde los guardias dispararon. Como su piel era gruesa, se tuvo que usar lanzas para atravesar los ojos mientras uno de ellos lograba trepar la cabeza de la bestia para clavarle la espada.

De manera repentina, el marqués de Fertz comentó con alarde que tenía la esperanza de cazar al legendario Bóob.

“Perdone, Su Excelencia, ¿pero qué clase de animal es ese? ¿Es un reptil o un mamífero?”, pregunté con curiosidad.

Limpiándose la boca con una servilleta, el marqués me respondió: “Es un animal apestoso, dama Borg. Tiene una suerte de mancha en la frente”.

“¿Una mancha en forma de estrella?”

“Sí… ¿Le ha visto?”

“Mi cuñada no participa en la cacería. No creo que lo haya visto en su vida”, interrumpió Ralna, de forma burlona.

Lancé un bufido y repliqué: “En la Tierra se cuentan historias sobre ese animal. Un ser parecido a un oso, o turol como ustedes le llaman. Una mancha blanca, los intestinos de fuera y un olor tan nauseabundo como mortal. Su pelaje es tan grueso que nada puede penetrarla, ni siquiera una bala. Aquellos que estén expuestos a su olor fallecen en cuestión de horas”.

Ralna se echó a reír, pero yo la ignoré al enfocar mi atención al marqués, quien estaba visiblemente impresionado.

“¡No sabía que en la Tierra también se hablaban historias sobre esa criatura! En efecto, lo que ha dicho es correcto, dama Borg; es una criatura escurridiza que solo se le puede ver al amanecer”, dijo el marqués.

“Un animal nocturno, si me permite corregirlo, Su Excelencia. De hecho, se dice que, dada la peligrosidad de la bestia, es mejor treparse en un árbol y esperar a que se aleje”.

“Interesante. Muy interesante… ¿Y hay otros animales en la Tierra que quizás se encuentren también en Titán?”

“El dirhos. En la Tierra lo llamamos carnotauro. Lleva más de 50 millones de años extinto. Conocemos su existencia gracias a los fósiles encontrados bajo tierra. Verlo en Titán fue sin duda impresionante; no pensé que existieran”.

“Hay criaturas muy impresionantes aquí, dama Borg. Debería su esposo llevarla mañana a la cacería”.

Me eché a reír a carcajadas y le repliqué: “Perdone, Su Excelencia, pero dudo mucho que mi esposo quiera llevarme. Usted sabe… Cosas de su familia. Sin embargo, tengo curiosidad por explorar la selva; quizás el otro año, si se da, podría explorarla”.

“No es necesario esperar tanto tiempo, dama Borg. ¿Qué le parece si viene conmigo? Esta noche pienso partir en un par de horas”.

Mi mente empezó a cavilar. Esta era una oportunidad de oro que no podía desperdiciar. Quizás, en un descuido, podría escabullirme. Con una sonrisa, le dije que aceptaba. Ralna, al escuchar mis palabras, intentó provocarme con que no tenía nada apropiado para la cacería, a lo que me llevé la mano hacia el collar que tenía en ese momento. Para su sorpresa, el collar se transformó en una armadura que cubrió la parte superior de mi cuerpo.

“¿Decías algo, Ralna querida?”, le cuestioné con indiferencia.

Ralna me miró con una mezcla de confusión y frustración mientras el marqués reía a carcajadas. Adelbarae, quien vio mi armadura, no tardó en preguntarme de dónde la había sacado; sin afán de presumir, le dije que fue el último regalo que recibí de los archiduques de Von y Getz.

El silencio que surgió fue demasiado incómodo. Bebí un sorbo de vino y le dije al marqués: “Sería un honor para mí acompañarle, Su Excelencia. A mi marido no le importaría mucho; de todos modos, no soy su prioridad en estos días, ¿no es así, esposo?”

Adelbarae me lanzó una mirada llena de reproche y furia, emociones que prefería ignorar con franca indiferencia. Ralna, percibiendo que la situación podría escalar, me respondió: “Güzelay, no creo que sea prudente que vayas. No estás acostumbrada a un ambiente tan hostil”.

“Oh, querida… Estoy más que acostumbrada a los terrenos hostiles. Si no lo crees, pregúntale a tu prometido y a la querida Ecclesía como va la cosa. O a ti misma y a tu familia”.

“¡Suficiente!”, me cortó Adelbarae en voz alta.

Sostuve la mirada mientras que mi esposo, intentando controlar su temperamento, me dijo: “No vas a ir a ninguna expedición, mujer. Podrías estorbar al marqués”.

“Al contrario, general. Creo que sería una buena adición a mi séquito”, terció el mencionado con una sonrisa que no llegaba a los ojos. “Quizás no logremos capturar al Bóob esta noche, pero podríamos aprender un poco más sobre las criaturas de esta luna”.

Volviéndose hacia mí, añadió: “Nos vemos en la entrada norte del campamento. Justo al lado de la tienda de Orhan”.

“Ahí estaré, Su Excelencia. Gracias”, le respondí con un leve asentimiento de cabeza.

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“No sé si felicitarte por tu insensatez o preocuparme por lo que haya allá afuera”, me comentó Aghar mientras acomodaba comida y agua encima de un oruk, un paquidermo del tamaño de un pony, piel rosada, orejas pequeñas y con hocico de cerdo.

“Sé que fue indiscreción de mi parte, Aghar, pero tenía tantas ganas de joderlos que no me contuve”, le respondí mientras me ponía un vestido color verde.

Aghar suspiró mientras le indicaba a un sirviente que lo llevara a la zona norte del campamento. “A ver qué harán los Borg en este caso. Una amiga me dijo que tu esposo está tan disgustado que Zorg tuvo que calmarlo al entrar en un estado de furia; casi destroza su casa de campaña”, comentó mientras me abotonaba el vestido.

“Pura faramalla engañabobos. Actuación magnífica, diría yo. Seamos francas, Aghar: a él le importa una mierda lo que me suceda. A él y a su familia. Es más, te aseguro que ellos ya tenían planeada cómo deshacerse de mí, solo que les arruiné la fiesta”.

“No sabías que tenías una opinión tan baja de los Borg”, interrumpió una voz.

Aghar y yo nos volvimos. Zorg estaba de pie en la casa de campaña, con las manos en la espalda. Nos observaba como un depredador analizando de qué lado podría debilitar a su presa, como alguien a quien vigilar por mandato de su amo.

Con una seña, le pedí a Aghar que nos dejara solos. Zorg, por su parte, se me acercó hasta quedar a una distancia de un metro.

“Capitán Zorg. ¿En qué puedo ayudarle?”, le pregunté mientras activaba la armadura. “Y por favor, le pido que sea directo al punto. En unos minutos debo estar en la zona norte del campamento”.

Con una mezcla de preocupación y desgano, me dijo: “Iré al grano, entonces: Adelbarae me ha pedido que acudas a su tienda de campaña para abordar este asunto en particular, aunque dudo mucho que quieras hacerlo luego de lo que te escuché decir sobre él y su familia”.

“No está equivocado, capitán. No voy a ir a su tienda de campaña. No voy a perder el tiempo escuchando idioteces de un cobarde que necesita tener la compañía de su familia para sentirse superior. Si él tanto quiere hablar, pues que venga aquí a solas mañana a primera hora, aunque dudo mucho que quiera hacerlo. Tengo entendido que para ese entonces estará entreteniendo en las sábanas a la Alta Concubina”.

### Continuará

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