Mamá, mi amigo quiere que salgamos a jugar al patio, ¿Me dejas? Abandoné mi cocina para voltear y ver quién era ese amigo al que no sentí llegar. La carita sonriente de mi hijo y su ansiedad me sorprendió. ¿Quién es tu amiguito? -Tú no lo conoces mamá pero quiere jugar conmigo, ¿me dejas?, ¿me dejas?... un sí desconfiado se escapó de mi boca. Me asomo por la ventana del patio y veo la pelota de mi hijo salir disparada desde la planta de Marpacífico hacia donde estaba mi niño. Trato de mirar entre las ramas del arbusto y no logro apreciar al nuevo amigo. Mi hijo se voltea y me dice – ¡Mamá lo asustaste, se fue!
Al caer la noche subo a la habitación del niño para arroparlo en su cama y darle el beso de dulces sueños. A mitad de la escalera lo escucho hablar y otra voz que no era la suya le responde, no alcanzo a entender lo que dicen. Apresuro el paso, miles de pensamientos martillan mi cabeza, abro su puerta de una vez. Ante mí un habitación tranquila, alumbrada solamente por la lámpara de la mesita de noche. Él sentado en el centro de la cama jugaba con sus dinosaurios. No quise preguntar para no asustarlo, pero creo que mi hijo tiene un AMIGO IMAGINARIO. Esa noche demoré en conciliar el sueño.
Amanece y yo preparo el desayuno, mi hijo baja como bólido las escaleras y me pregunta ¡Mamá, puedo regalarle la pelota a mi amigo! Yo sabiendo que la pelota no saldría de la casa le respondo que sí. Toma dos naranjas de la mesa y corre al patio. Yo sigo faenando en la cocina. El olor a galletas recién horneadas hace que mi niño entre directo a la casa, se lava las manos, y se sienta a la mesa. Le pregunto: ¿regalaste la pelota? a la vez que coloco el plato lleno de galletas humeantes sobre la mesa – Si, pero no quiso aceptarla, me dijo que no podía cuidar de ella. Los niños son sabios, me digo, que solución tan rápida buscó para su AMIGO IMAGINARIO, sonrío y le acaricio el cabello. Le doy la espalda y escucho como se cierra la puerta del patio.
Miro de reojos la mesa y el plato de galletas ya no está. Me asomo a la ventana y veo a mi pequeño ladronzuelo atravesando el patio. Molesta con mi hijo y hasta con su AMIGO IMAGINARIO me retiro el delantal y salgo despacio al patio para poder sorprenderlo. Diviso sus pequeñas piernas detrás del arbusto de Marpacífico, el olor a galletas recién horneadas se hace presente. Con ambas manos separo las ramas del arbusto.
Y allí estaba…, un niño de unos cinco años, con el rostro, las manos y las piernas sucias. Delgado hasta los huesos, un mugroso pantalón raído, sentado sobre cartones acomodados como quién ha hecho del arbusto su casa, y mi hijo a su lado, sosteniendo el plato de galletas para que su “AMIGO IMAGINARIO” comiese.
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THE IMAGINARY FRIEND. Mom, my friend wants us to go out to play in the yard. Will he let me? I left the kitchen to turn around and see who this friend was, whom I hadn't heard coming. My son's smiling face and his anxiety surprised me. "Who's your little friend?" "You don't know him, Mom, but he wants to play with me. Will you let me? Will you let me?" A suspicious "yes" escaped my lips. I looked out the patio window and saw my son's ball flying out of the Marpacífico plant toward my son. I tried to look through the branches of the bush but couldn't make out the new friend. My son turned around and said, "Mom, you scared him, he's gone!" As night fell, I went up to the boy's room to tuck him into bed and kiss him for sweet dreams. Halfway up the stairs, I heard him talking, and another voice that wasn't his own answered. I couldn't understand what they were saying. I quickened my pace, thousands of thoughts pounding in my head, and I opened his door at once. Before me was a quiet room, lit only by the lamp on the nightstand. He was sitting in the middle of the bed, playing with his dinosaurs. I didn't want to ask so as not to scare him, but I think my son has an imaginary friend. That night I took a while to fall asleep. Dawn breaks and I'm preparing breakfast. My son comes hurtling down the stairs and asks, "Mom, can I give the ball to my friend?" Knowing the ball wouldn't leave the house, I answer yes. He takes two oranges from the table and runs to the yard. I continue working in the kitchen. The smell of freshly baked cookies makes my boy go straight into the house, wash his hands, and sit at the table. I ask him, "Did you give away the ball?" as I place the plate full of steaming cookies on the table. "Yes, but he didn't want to accept it. He told me he couldn't take care of it." Children are wise, I tell myself. What a quick solution he found for his imaginary friend. I smile and stroke his hair. I turn my back on him and hear the patio door close. I glance at the table, but the plate of cookies is gone. I look out the window and see my little thief crossing the patio. Annoyed with my son and even his imaginary friend, I take off my apron and slowly walk out onto the patio so I can surprise him. I spot his little legs behind the Marpacífico bush; the smell of freshly baked cookies is present. With both hands, I part the branches of the bush. And there he was... a boy about five years old, his face, hands, and legs dirty. Skinny to the bone, wearing filthy, threadbare pants, sitting on cardboard stacked like someone who'd made a home in a bush, and my son beside him, holding the plate of cookies for his "imaginary friend" to eat.
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El texto es de mi autoría./ The text is my own.
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