Bienvenidos al cuarto relato de mi vida. En esta oportunidad les contaré como me educaron para la verdad y la justicia.
Siendo muy pequeño, mis padres me iniciaron en el proceso de aprendizaje, bajo la rectoría de calificados preceptores. Las primeras letras la recibí en la Escuela Pública de Caracas. Tuve como maestros a Andújar, en matemática; Carrasco y Vides, en gramática y aritmética; Negrete, en historia y religión; y Pelgrón en latín. El sabio don Andrés Bello, a penas un poco mayor que yo, me dictó clases de literatura y geografía.
Pero el maestro que más influyó en la formación de mi personalidad fue don Simón Rodríguez, ilustre y renovador pedagogo muy preocupado por la educación de niñas y niños. En reconocimiento a la imborrable huella educativa que dejó en mí y a las valiosas y emotivas experiencias que compartimos, en 1824 le escribí una afectiva carta, donde le expesé así mi agradecimiento:
"Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que usted me señaló. No puede usted figurarse cuán hondamente se han grabado las lecciones que usted me ha dado; no he podido jamás borrar una coma de las grandes sentencias que usted me ha regalado. Siempre presentes en mis ojos intelectuales, las he seguido como guías infalibles."
Con apenas trece años ingresé como cadete al Batallón de Milicias de Blancos de los Valles de Aragua. Era el mismo batallón al cual mi padre, siendo su coronel, había reorganizado años tras años. En julio de 1799 obtuve el grado de subteniente. En mi hoja de servicios se anotó: Valor conocido; aplicación: sobresaliente; capacidad: buena; conducta: idem. Muchos opinan, que así iniciaba la carrera militar de un hombre destinado a una magna hazaña.
CONTINUARÁ............
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