¿Y si fuéramos nosotros? [Esp-Eng]
"Mamá, si el ciclón pasa, ¿se va a llevar mis juguetes?", me preguntaba Caleb en su inocencia de apenas siete años. Yo miraba la casa de zinc y tejas, las paredes requebrajadas, las más de cinco goteras y decía para mis adentros: "Ay, mi niño, lo de menos son los juguetes...". Pero al ver, tras el paso de Melissa, las imágenes en internet, volvieron aquellas palabras a mi cabeza. ¿Cuántos niños habrán perdido sus juguetes? Pienso en mi infancia, en mi muñeca Lila, en mi gata ("yata") de peluche, en mi conejo hermoso y, sobre todo, en el bebé de goma que un abuelo que no llevaba mi sangre prefirió regalarme a mí, antes que a sus nietos, solo porque cuando él llegó con el juguete, sus descendientes corrieron disputándose el derecho y yo, que no formaba parte del árbol genealógico, preferí quedarme inmóvil, observando el espectáculo, sin sospechar que ese acto de prematura madurez, me haría merecedora del ansiado muñeco. Pienso en esos, mis juguetes preferidos y en qué hubiera pasado si, de pronto, por la furia de la naturaleza, los hubiera perdido... Para los adultos la cosa es mucho más seria. ¿Quién repone el sudor, el esfuerzo y las horas de trabajo para comprarse algún equipo electrodoméstico, colchón o cualquier otra cosa, en un país donde cada día los precios se tornan más irrisorios y el salario no alcanza ni paga (mal) comer? Y también están esos recuerdos que nos componen: el jarrón que te regalaron cuando destacaste en tu labor, el reloj heredado de la abuela, los muebles que compraste cuando nadamás tenías un taburete para recibir a las visitas, aquellas cortinas, el juego de tazas... Pero ahora todo es musgo, musgo y dolor. Escena lodosa congelada por el miedo y el vacío, escepticismo. Allí, entre jirones, entre los pedazos grumosos de algún colchón o la olla boca abajo para ver si el sol hace el milagro de echar a andar sus cables (los suyos, claro, los "humanoides" tienen un cortocircuito desde entonces), hay historias magulladas. Por eso quizás, por esa humanidad que llevamos dentro, o porque somos cubanos y está en nuestra naturaleza ayudar al compadre, más allá de todas las miserias y corrupciones, se nos apretó el pecho al ver a un hombre aferrarse a un televisor o un perro con la fuerza huracanada de quien se aferra a su pasado, a parte imprescindible de su historia, de su identidad. Cuánto cuesta abandonar nuestros tesoros, me pregunto. Y en mi cerebro imagino la vieja compañía mecánica, el TV y el hombre, el hombre y el TV, juntos, cómplices en noches de soledad y películas de sábado. No extrañaría a alguien estar viviendo un firme de suspenso, pero en la inmensidad de aguas solo superadas por las subcutáneas... Qué manto freático pudiera devolver la esperanza. Cuba vuelve a ser un pañuelo. Lo sacuden las malditas circunstancias. Quizás el karma, dirían otros, pero aquí no hablo de eso, sino de lo que cuesta perderlo todo, o casi todo. Y es ahí cuando recordamos que la vida no es solo física y materia, también subjetividad, memoria, recuerdos... Debe ser difícil empezar otra vez, acostumbrarse a otros muebles (cuando se tengan), a un colchón que no olerá igual. Los más pequeños quizás no lo noten demasiado, pero si pudieran notar la incertidumbre. Y aquí otro desafío de los adultos: disimular, ser fuertes, inspirar confianza y serenidad a pesar de todo. Benditos los que pueden... Benditos todos los que han levantado sus manos, voces, cuerpos, en pos de nuestros hermanos de tierra y alma. Desde el pequeño José que regaló sus juguetes sin pensarlo hasta aquel que se desprende con la mayor humildad de parte de su patrimonio personal. Hoy se alientan donaciones desde varios puntos cardinales. Ojalá llegaran todas y trastocaran la penumbra en esperanza. Ojalá se acortara el tiempo para recomenzar. Ojalá haya cada vez más actos sinceros y menos controversias absurdas. Ojalá nos duela cada cubano que en pocos días les fue arrebatado lo que en muchos días les costó conseguir... Solo basta con mirar a nuestro alrededor, observar aquello que consideramos tesoros (aunque valgan más o menos). Seguro nos sentiremos dichosos de estar vivos, pero es ahí, en la tranquilidad que da un techo y un hogar colmado de recuerdos, cuándo más debemos recordar al hombre del perro o el televisor, a los trozos de colchón, a la Biblia que vimos en una imagen de cara al sol como lanzando una pregunta a Dios... Pero ahora, ahora preguntémonos: ¿Y si fuéramos nosotros? A veces la pregunta exacta puede hacer toda la diferencia.
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What if it were us? [Esp-Eng]
"Mom, if the cyclone passes, are you going to take my toys?" I wondered Caleb in his innocence of barely seven years. I looked at the house of zinc and tiles, the walls cracked, the more than five leaks and said to myself: "Ay, my child, less are the toys...". But when I saw the images on the internet after Melissa’s passing, those words came back to my head. How many children have lost their toys? I think of my childhood, my doll Lila, my plush cat ("yata"), my beautiful rabbit and, above all, the rubber baby that a grandfather who did not carry my blood preferred to give me, rather than his grandchildren, just because when he came with the toy, his descendants ran disputing the right and I, who was not part of the family tree, preferred to remain motionless, watching the show, without suspecting that this act of premature maturity would make me worthy of the coveted doll. I think about those, my favorite toys and what would have happened if, suddenly, by the fury of nature, I had lost them... For adults the thing is much more serious. Who replaces the sweat, effort and hours of work to buy some household equipment, mattress or anything else, in a country where every day prices become more derisory and the salary does not reach nor pay (bad) eat? And there are also those memories that make us: the vase they gave you when you stood out in your work, the clock inherited from grandma, the furniture you bought when you didn’t have a stool to receive visitors, those curtains, the set of cups... But now it’s all moss and pain. Muddy scene frozen by fear and emptiness, skepticism. There, among shreds, between the lumps of some mattress or the pot upside down to see if the sun does the miracle of setting off its cables (yours, of course, the "humanoids" have a short circuit since then), there are bruised stories. Perhaps because of that humanity we carry inside, or because we are Cubans and it is in our nature to help the compadre, beyond all miseries and corruptions, We were gripped at the chest to see a man holding on to a TV or a dog with the force of a hurricane who clings to his past, an essential part of his history, of his identity. How much it costs to abandon our treasures, I wonder. And in my brain I imagine the old mechanical company, the TV and the man, the man and the TV, together, accomplices in lonely nights and Saturday movies. It would not be strange for someone to be living a firm of suspense, but in the immensity of waters only overcome by the subcutaneous... What a water table could bring hope back. Cuba is once again a handkerchief. It’s shaken by bloody circumstances. Maybe karma, others would say, but here I’m not talking about that, but what it takes to lose everything, or almost everything. And that’s when we remember that life is not only physical and matter, also subjectivity, memory, memories... It must be difficult to start again, get used to other furniture (when you have them), to a mattress that will not smell the same. The little ones may not notice it too much, but if they could see the uncertainty. And here another challenge of adults: disguise, be strong, inspire confidence and serenity despite everything. Blessed are those who can... Blessed are all who have raised their hands, voices, bodies, following our brothers of earth and soul. From the little José who gave away his toys without thinking about it to the one who, with the greatest humility, gives away part of his personal wealth. Today, donations are encouraged from various cardinal points. I wish they would all arrive and shatter the gloom in hope. May the time to restart be shorter. May there be more and more sincere acts and less absurd controversies. Hopefully we hurt every Cuban who in a few days was taken away what in many days it took them to get... Just look around us, observe those we consider treasures (although they are worth more or less). Surely we will feel happy to be alive, but it is there, in the tranquility that gives a roof and a home full of memories, when more we must remember the man with the dog or the television, the pieces of mattress, the Bible we saw in an image facing the sun as casting a question to God... But now, let’s ask ourselves: What if it was us? Sometimes the exact question can make all the difference.
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