Buenas noches desde Venezuela, 21:00 horas. En mi publicación anterior comentaba a lectores angloparlantes cómo el texto afectaba en mi obra al momento de haber elegido representar visualmente algo que he leído; eran poemas de la norteamericana Tonya Ingram en este caso. No fue una tarea fácil, pero mucho menos difícil. Se trataba de poder inhalar o darle un caracter propio y personal lo cual es inevitable al grupo de trabajos escritos que tuve que ilustrar no en sino hacia lo gráfico.
Quiero comentar que este no es solo trabajo de aquellos que reinterpretan o transladan sensitivamente algún recuerdo, hecho o idea hacia la imagen. Más bien es lo que caracteriza a lo considerado como arte en todo sentido y en toda forma de expresión, pero no pienso que ese sea el panorama en su amplitud. Pienso y creo que absolutamente todo lo que es el humano a un nivel espiritual y evolutivo es un préstamo, y en lo que consta a las artes, independientemente de cual sea, es un préstamo de fragmentos; piezas de sensaciones y hechos sensitivos que capturamos a través de lo que desarrollamos, valga la redundancia, como sentidos. Todo esto lo llevamos al conjunto de nuestras propias experiencias cotidianas y a nuestras memorias, vengan siendo emocionales, sentimentales, o como lo hayamos concebido.
Vengan siendo un momento, o algo que ha perdurado en nuestras vidas.
"¿Qué hacemos con todo esto?", es algo que suelo preguntarme. De algún modo debo dejarlo en algún sitio, y no hay nada en este plano que no se trate de eso. De lo necesaria que es la combustión, la liberación de lo que somos; de lo que se transforma dentro de nosotros y nos transforma a nosotros, buscando salida.
Lo que quiero registrar en esta primera ocasión trata de un poema de esos que se encuentran como dedicatorias por la calle para alguien que tal vez nunca llegó a verla, y si lo hizo, pudo no saber que se trataba de sí. Este texto lo encontré publicado en la red por un preciado amigo, que aún sin rostro en tu memoria física, reconoces lo mucho que se comparte.
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Collage por Diego Augusto Sosa