Hola y bienvenidos a este tercer episodio de Alquimia Poética.
Hoy me gustaría que este episodio se sienta un poco más personal, más íntimo. Quiero hacer una pausa para que me conozcan, no solamente como escritor, sino como la persona que aún se sigue descubriendo detrás de las palabras.
Voy a compartirles un poema muy particular. No porque sea el mejor que he escrito, sino porque fue el primero. Lo escribí incluso antes de imaginar que podría ser un escritor. Se llama Sal de la cama, niño mío.
Pero antes de leérselos, quiero contarles un poco acerca del nombre que elegí habitar:
Fafnir Sowilo no es solo un nombre que escogí por estética; es una historia. Me gusta pensarla como la herida que se niega a ser una simple cicatriz y que, en lugar de cerrarse, aprende a brillar. La comparo con el eco del hierro que se sacude el óxido y, en vez de romperse, se deja moldear al ritmo del fuego.
Este nombre nace del mito de un dragón.
Fafnir fue un enano que resguardaba un tesoro y, al aferrarse a él con tanta obsesión, se convirtió en una bestia. Este dragón no volaba porque no conocía el cielo; dormía sobre sus riquezas como quien se acuesta sobre su propia tumba.
Es cierto que la espada de Sigurd atravesó su carne, pero no fue el acero lo que lo mató, sino la luz lo que lo transformó.
Y ahí es donde entra Sowilo: una runa, una de las 24 fuerzas primordiales del cosmos en la mitología nórdica.
La runa del sol, el relámpago que incinera las máscaras, la claridad que irrumpe incluso cuando la oscuridad es densa.
Sowilo no llegó para castigar a Fafnir, sino para purificarlo. Y él, al abrazar ese fuego, dejó de custodiar oro ajeno para comenzar a forjar su propio oro interior.
Fafnir Sowilo es un acto de redención. No por arrepentimiento, sino por despertar. Es la sintonía entre la sombra y la luz, entre la luna y el sol. Es el viaje de quien fundió sus propias cadenas para convertirlas en la fuerza que lo impulsa.
Hoy y siempre, este nombre me recuerda que lo valioso no está en lo que guardamos, sino en lo que nos atrevemos a liberar; que no hay herida que no pueda volverse puerta, ni oscuridad que no merezca su propia aurora.
Fue bajo este símbolo, aunque entonces no lo sabía, que escribí el poema que hoy quiero compartirles. No me consideraba un escritor, ni sabía que mi vida estaría hecha de palabras. Y para que comprendan un poco más, quiero contarles el contexto.
Yo no estaba bien. Me sentía desmotivado, vacío. La desesperanza me había ganado la partida. Recuerdo que era uno de esos días en los que todos me contaban sus problemas y yo escuchaba, pero nadie me preguntaba qué pasaba conmigo. Ese día llegué a casa, me metí a la regadera, me senté en el piso y abracé mis rodillas. El agua caía y mis lágrimas se mezclaban con ella. Lloraba. No por algo específico, sino por el cansancio, por el peso que ya no podía seguir cargando.
Cuando terminé, salí, tomé mi vieja libreta y empecé a escribir. No pensaba en un poema, ni en técnica, ni en rimas. Solo necesitaba soltar lo que sentía. Y lo que salió fue esto:
Sal de la cama, niño mío
En tu jardín crecieron miedos que jamás podaste,
respuestas sin sentido a preguntas que lanzaste,
recibiste bendiciones que tus ojos nunca vieron
y reprimiste el llanto cuando tus cielos cayeron.
Aprendiste a caerte y levantarte con el tiempo,
iluminando a tu paso y viajando como el viento.
Mas ambos sabemos que, tras la calma fingida,
vive un pequeño niño resistiendo la caída,
buscando volver al lugar donde probó la alegría
y borrar aquel dolor que rompió su melodía,
reencontrarse con su esencia,
huir de la indiferencia
y recordar esas palabras que hace tiempo ya olvidó.
Ahora temes recibir más migajas de ternura,
mas ninguna rosa brota donde nadie la procura,
y aunque parece que el invierno tu belleza marchitó,
ya vendrá la primavera a envolverte de color.
Conocerás a alguien con quien soñar, reír y arder, *
llorar, jugar y amar… sin máscaras que imponer.
Quizá no sea eterno,quizá te robe el sueño,
pero ve más cerca a las estrellas
quien se atreve a alzar el vuelo.*
Vamos, sal de la cama, otro día ya está llamando.
Sé que la vida pesa, que el cansancio está calando.
Visualiza lo que anhelas con tu alma aún más abierta
y pronto, muy pronto, estará llamando a tu puerta.
Tus mil y una cicatrices te vuelven más perfecto,
esa luz que llevas dentro no se cubre con un dedo.
Llegaste a este mundo a pulirte y florecer,
aunque lleves esas marcas que no elegiste tener.
Este fue mi primer poema. Hoy lo veo como una semilla: pequeña, imperfecta, pero viva. Creo que todos tenemos algo así, una primera creación, un gesto, un instante que nos revela algo de nosotros mismos, aunque en ese momento no lo sepamos.
Si tienes algo que escribiste, pintaste o soñaste hace años, guárdalo. Algún día, cuando mires hacia atrás, descubrirás que ahí, en esa chispa, estaba todo lo que eres ahora.
Gracias por acompañarme en este tercer episodio. Te mando un afectuoso abrazo y nos escuchamos en la próxima ocasión. Hasta pronto.
Este poema forma parte de Antología Alquímica de mi Alma, mi próximo libro de poemas, donde la palabra es alquimia y cada verso busca despertar algo en quien lo lee.