La casa junto al cerro | Relato

@eliezerfloyd · 2021-03-17 22:38 · hive-164868

“Ten cuidado con tus sueños: son la sirena de las almas. Ella canta. Nos llama. La seguimos y jamás retornamos.” Gustave Flaubert

Photo by DZHA on Unsplash

Cada noche del equinoccio otoñal, año tras año se repite el sueño, y aunque ya han pasado más de 40 vueltas de la tierra al sol, no logro descifrar el mensaje de lo que ocurrió aquella noche en la casa junto al cerro. No es mucho lo que puedo decir, porque los recuerdos de aquella época, por alguna razón, están borrosos en mi mente haciéndome dudar de si fueron reales o imaginarios; pero algunas cosas sí las recuerdo con nitidez. Permítanme ubicarlos en contexto. ✧ Cuando era niño, papá trabajaba fuera de la ciudad y tardaba hasta una semana en volver a casa; y mamá por su parte estaba estudiando, por lo que en algunas oportunidades tenía que viajar motivado a ello. Cuando coincidía la ausencia de ambos, solían dejarme a mí y a mis dos hermanos mayores en una extraña casa antigua ubicada al pie de un cerro en una barriada popular. La casa estaba enclavada en el cerro y dividida en niveles de acuerdo a la toponomía de la tierra, por lo que daba la impresión, vista desde la calle, de que tenía tres pisos; sin embargo, al entrar te dabas cuenta de que la casa había sido construida progresivamente sobre el mismo cerro sin ningún tipo de planificación ni orden. Una escalera lateral conducía hasta el tercer nivel donde habitaba el dueño de la casa, a quien nunca vimos ni conocimos. Luego una gran puerta de dos hojas resguardaba una lúgubre sala, tan solo iluminada por los rayos del sol que se colaban durante el día por las rendijas de una ventana que siempre permanecía cerrada. Al interior de la sala, una pequeña ventana daba con el piso de la cocina que estaba en el segundo nivel, dando la impresión de ser la guarida de algún animal sangriento y carroñero. Y tras la cocina, una oscura habitación sin ventanas que compartíamos con el hijo del desconocido propietario. Este chico, de tal vez unos doce años, nos contaba que –según su padre– el barrio había sido fundado sobre un antiguo y profanado cementerio, por lo que algunas veces ocurrían extraños acontecimientos: puertas que se abrían y cerraban solas, aullidos de perros y sombras ambulantes que desaparecían en los rincones. Durante el día, cuando estábamos solos, jugábamos a perseguirnos corriendo por toda la casa, excepto por la habitación del tercer nivel a la que nadie podía entrar, y la parte más divertida era entrar a la sala y salir arrastrados por la ventana que daba al piso de la cocina, dado vuelta tras vuelta sin parar. Pero, un día a mi hermano mayor se le ocurrió un juego macabro. Luego de contarnos unos relatos satánicos y de demonios, cada uno debía entrar con los ojos cerrados a la oscura sala, luego él cerraría las puertas y contaría hasta diez de forma regresiva, para que la persona que estuviese adentro abriese los ojos y luego de un rato salir contando lo que había visto en plena oscuridad. Cuando llegó mi turno, estaba muerto de miedo, pero no podía demostrarlo, aunque ya todos los sabían pues mis enormes ojos me delataban. Entré con mis ojos bien apretados imaginando mil cosas; me sentía aturdido y confundido. Luego de un rato escuché en la distancia la voz de mi hermano que decía *“… ceeeeero”*. Abrí mis ojos y estaba acostado en la emergencia de un hospital con una mascarilla de oxígeno, pues –según me dicen– tuve un ataque de asma que me dejó inconsciente. Después de ese incidente nunca más nos volvieron a dejar en esa casa y no volví a saber de ese chico y su misteriosa familia. ✧ A tres días del equinoccio puedo narrar con precisión los sueños de los hechos que quedaron atorados en la noche del tiempo: >Estoy parado frente a las escaleras de la antigua casa junto al cerro. El silencio es sepulcral interrumpido solo por el aullido de un perro callejero, mientras sombras informes se deslizan por el suelo hacia los rincones. Pero mi mirada está fija, impávida hacia la puerta que está al final de la larga e inclinada escalera. >Comienzo a avanzar, mientras fuerzas invisibles dificultan mi ascenso. Cuando por fin llego al tercer nivel en la habitación del desconocido dueño de la casa, la puerta se cierra trás de mí y quedo en la más profunda oscuridad. En mi mente escucho la voz de mi hermano que, como un eco, grita *“… ceeeeero”*, y un rayo de luz procedente de la ventana que da con el piso de la cocina ilumina el centro de la habitación que ahora es la sala. Allí hay un ataúd abierto. Petrificado sin poder moverme estoy frente al féretro y adentro está el hijo del dueño de la casa, con quien solíamos jugar en la infancia. Las sábanas de mi cama están mojadas en sudor y me cuesta respirar. El asma me ha regresado.

--Texto de mi autoría E.Rivera--

veac170321

Hermandad Kyteler

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