El gran sabio / The great sage

@franvenezuela · 2025-07-27 08:45 · spanish
En el pueblo polvoriento de Villa Chisme, donde las gallinas debatían sobre política y los perros ladraban en verso, vivía Sir Eugenio, el autoproclamado el gran sabio. Sir Eugenio era un hombretón de bigote torcido y voz de trueno, que cada tarde se subía a una caja de frutas en el centro del mercado para soltar sus verdades universales. Nadie sabía de dónde había salido, pero todos lo adoraban. Sus discursos eran un batido de palabras grandilocuentes, promesas imposibles y frases que sonaban profundas, pero que, al analizarlas, eran más huecas que una auyama para hervido. —¡Progreso! ¡Inclusión! ¡Igualdad! —gritaba Eugenio, agitando un bastón que había encontrado en un basurero y que juraba era de roble antiguo—. ¡Yo, doctor en siete ciencias y maestro de nueve filosofías, les recuerdo que el futuro es nuestro si abrazamos la unidad! La multitud aplaudía, hipnotizada. Las señoras se desmayaban, los niños imitaban su pose de profeta de mercadillo, y hasta el cura del pueblo, lo invitaba a tomar café para discutir la nueva teología que más allá del charco se está gestando. Nadie se fijaba en que Eugenio nunca explicaba cómo lograr ese progreso, ni qué significaba exactamente inclusión. Una vez, cuando un joven le preguntó cómo financiar su plan de darle un castillo a cada ciudadano, un derecho que según había explicado el enemigo de los pobres no quería que él dijera. Eugenio respondió: ¡Con la fuerza del espíritu colectivo, muchacho! ¡Y un poco de jugo de zanahoria, que es puro progreso líquido!. La gente rio, aplaudió y se fue a casa soñando con castillos. Sir Eugenio decía ser graduado de las universidades de Harvard, Oxford y una misteriosa academia en las nubes llamada Luminaria Celestial. Mostraba diplomas arrugados que, al mirarlos de cerca, parecían impresos en la papelería del pueblo. Pero nadie los cuestionaba, porque Eugenio tenía un don: decía lo que todos querían escuchar. ¿Querías sentirte importante? Él te decía que eras la chispa del cosmos. ¿Querías un mundo sin conflictos? Él prometía igualdad absoluta en tres días, o menos si el sol brilla fuerte. ¿Querías un héroe? Sir Eugenio se señalaba el pecho y gritaba: ¡Aquí estoy, con mi doctorado en valentía!. Todo iba bien hasta que llegó Rosa, una periodista de la capital con un olfato para las mentiras más afilado que un cuchillo de carnicero. Rosa investigó y descubrió que Rufino no solo no había pisado una universidad, sino que su único estudio formal fue un curso por email sobre Cómo criar gallinas zen y no logró aprobarlo. Los diplomas eran falsos, las academias inventadas, y el samán místico era solo un palo de escoba pintado de dorado. La noticia estalló como traki traki en gallinero. La plaza se llenó de murmullos. ¿Cómo nos engañó?, decían unos. ¿Y ahora quién nos dará progreso?, lloraban otros. Pero Eugenio, lejos de huir, subió a su caja de frutas con más brío que nunca. Se rascó la barba (que, según Rosa, también era postiza) y proclamó: —¡Pueblo mío! ¡Las universidades son jaulas del alma! ¡Yo, Sir Eugenio, soy autodidacta, forjado en la escuela de la vida! ¿Para qué pergaminos si tengo la sabiduría del viento? ¡Progreso, inclusión, igualdad! ¡Todo eso lo llevo en mi corazón, no en un papel! y hoy me enfrento a una peligrosa enemiga, financiada por aquellos que los quieren a ustedes en la ignorancia. La multitud, desconcertada al principio, estalló en aplausos. ¿Autodidacta? ¡Qué moderno! ¿Sin títulos? ¡Qué rebelde! Rosa, atónita, vio cómo el pueblo abrazaba la nueva narrativa. Eugenio seguía sin explicar nada, pero ahora citaba la universidad de la vida y comparaba los exámenes con cadenas burguesas. Una vez, para probar su sabiduría, afirmó que la Tierra era plana porque así todos estamos al mismo nivel, ¡inclusión total!. Un niño señaló que los barcos desaparecen de abajo hacia arriba en el horizonte, pero lo calló diciendo: "Eso es porque el mar es tímido, pequeño, y se esconde". Y así, Eugenio siguió reinando en la plaza. Sus falacias eran evidentes, pero brillaban como monedas falsas bajo el sol. La gente no quería verdades; quería a Eugenio, con su bastón ridículo y sus promesas de un mundo donde todos tendrían castillos, jugo de zanahoria y, sobre todo, la sensación de que alguien los entendía. Rosa se fue del pueblo, murmurando que la humanidad era un caso perdido. Pero en Villa Chisme, el gran sabio seguía gritando, y la plaza seguía aplaudiendo. ![](https://images.ecency.com/DQmZpLdDXexfAjq9kccKWJNEec2WiN7xcTJyzHCvVfQMrtK/pexels_malcolnphoto_33172764.jpg) [**](https://images.pexels.com/photos/33172764/pexels-photo-33172764.jpeg) --------------- ---------------- ----------- **The great sage** In the dusty village of Villa Chisme, where chickens debated politics and dogs barked in verse, lived Sir Eugenio, the self-proclaimed great sage. Sir Eugenio was a big man with a crooked mustache and a thunderous voice, who every afternoon would climb atop a fruit crate in the middle of the market to spout his universal truths. No one knew where he came from, but everyone adored him. His speeches were a jumble of grandiloquent words, impossible promises, and phrases that sounded profound but, upon analysis, were as hollow as a boiled pumpkin. "Progress! Inclusion! Equality!" Eugenio shouted, waving a cane he had found in a dumpster and swore was made of ancient oak. "I, doctor of seven sciences and master of nine philosophies, remind you that the future is ours if we embrace unity!" The crowd applauded, mesmerized. Ladies swooned, children imitated his flea-market prophet pose, and even the town priest invited him for coffee to discuss the new theology brewing across the pond. No one noticed that Eugenio never explained how to achieve this progress, or what inclusion exactly meant. Once, when a young man asked him how to finance his plan to give every citizen a castle, a right that the enemy of the poor had explained he didn't want him to mention, Eugenio replied: "With the strength of the collective spirit, boy! And a little carrot juice, which is pure liquid progress!" The people laughed, applauded, and went home dreaming of castles. Sir Eugenio claimed to be a graduate of Harvard, Oxford, and a mysterious academy in the clouds called Celestial Luminary. He displayed crumpled diplomas that, when examined closely, looked like they were printed at the town stationery store. But no one questioned them, because Eugenio had a gift: he said what everyone wanted to hear. Did you want to feel important? He told you you were the spark of the cosmos. Did you want a world without conflict? He promised absolute equality in three days, or less if the sun shines brightly. Did you want a hero? Sir Eugenio pointed to his chest and shouted: "Here I am, with my doctorate in courage!" Everything was going well until Rosa arrived, a journalist from the capital with a nose for lies sharper than a butcher knife. Rosa investigated and discovered that Rufino had not only never set foot in a university, but that his only formal education was an email course on How to Raise Zen Chickens, which he failed at. The diplomas were fake, the academies were fabricated, and the mystical saman tree was just a broomstick painted gold. The news broke like a roar of laughter in a henhouse. The square was filled with murmurs. "How did he deceive us?" some asked. "And now who will bring us progress?" others cried. But Eugenio, far from fleeing, climbed onto his fruit crate with more vigor than ever. He scratched his beard (which, according to Rosa, was also false) and proclaimed: "My people! Universities are cages for the soul! I, Sir Eugenio, am self-taught, forged in the school of life! Why parchments if I have the wisdom of the wind? Progress, inclusion, equality! I carry all of this in my heart, not on paper! And today I face a dangerous enemy, financed by those who want you ignorant." The crowd, bewildered at first, burst into applause. Self-taught? How modern! Without degrees? How rebellious! Rosa, astonished, watched the people embrace the new narrative. Eugenio still didn't explain anything, but now he cited the university of life and compared exams to bourgeois chains. Once, to prove his wisdom, he claimed the Earth was flat because everyone is on the same level—total inclusion! A child pointed out that ships disappear from bottom to top over the horizon, but he silenced him by saying, "That's because the sea is shy, small, and hides." And so, Eugenio continued to reign in the square. His fallacies were obvious, but they shone like counterfeit coins in the sun. The people didn't want truths; they wanted Eugenio, with his ridiculous cane and his promises of a world where everyone would have castles, carrot juice, and, above all, the feeling that someone understood them. Rosa left town, muttering that humanity was a lost cause. But in Villa Chisme, the great sage kept shouting, and the square kept applauding. ------------------ --------------------- ----------------- ![](https://images.ecency.com/DQmQWrvLP9v6YnGfjSPJdV1kDnrSVdo5GLMSpCqB2S1hptf/194018799_4411152745575806_2142728352369754531_n.jpg) **CRÉDITOS** Banner elaborado en PSD con fotos propias y logo de [IAFO](https://www.instagram.com/iafospeakers/) Logos [redes sociales](https://png.pngtree.com/png-clipart/20180626/ourmid/pngtree-instagram-icon-instagram-logo-png-image_3584853.png)
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