Miró la ecuación y sola se borró. Dibujó la parábola y entendió que la soledad traía compañía.
Dio tres pasos atrás y se descubrió caminando al frente. Trató de respirar. Su sudor, amargo y podrido, vistió los diferenciales. Su cuerpo, tenso, se deformó en una silueta sin profundidad.
Contó. Y a cada dígito, un suspiro negro le respondió. Entonces supo, y el lápiz se quebró entre sus dedos como una rama seca.
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