El lienzo / The canvas

El lienzo esperaba, manchado y ajado, sobre el caballete de roble. Había conocido otros trazos antes: el carboncillo tímido de un aprendiz, el óleo furioso de un maestro borracho, incluso el garabato desesperado de un niño que jamás volvió. Pero aquella tarde, con el viento arrastrando olor a trementina rancia por las rendijas, supo que algo era distinto. El hombre entró sin prisa. Olía a pintura seca y a sudor viejo. Sus manos, largas y huesudas, acariciaron el borde de la tela como quien palpa el filo de un cuchillo. Una ceja se alzó levemente, mientras sus dedos —antes firmes— comenzaron a vibrar como cuerdas de violín en silencio. Tomó el pincel más delgado, lo sumergió en el agua turbia donde nadaban escamas de óleo secas, y esperó. El lienzo sintió el aire moverse entre las cerdas húmedas, pesadas como párpados al cerrar. Una risa escapó de su garganta —un sonido entre tos y crujido de madera— y el taller se llenó de un frío que olía a aguarrás evaporado. Trazó entonces un círculo en el aire, una vez, otra, otra más, hasta que sus nudillos blanquearon. El lienzo percibió cómo la luz se quebraba en su pelo canoso, cómo sus labios dibujaban una línea blanca. No hubo color. No hubo trazo. Solo el crujido de las tablas bajo sus pies al retroceder, lento como un reloj averiado. —No es perfecto —dijo, y esta vez su voz fue el sonido de un papel siendo arrugado— pero ya está aquí. Se marchó dejando la puerta abierta. El viento entró, cargado de polvo y frío, y el lienzo se estremeció bajo su contacto. En el espejo empañado del taller, por un instante, pareció reflejar no sus propias manchas, sino el espectro de algo que tal vez había sido redondo. ------------- -------------- --------------- The canvas lay waiting, stained and worn, on the oak easel. It had seen other strokes before: the timid charcoal of an apprentice, the furious oil paint of a drunken master, even the desperate scribbles of a child who never returned. But that afternoon, with the wind carrying the smell of rancid turpentine through the cracks, it knew that something was different. The man entered slowly. He smelled of dried paint and old sweat. His long, bony hands caressed the edge of the canvas as if feeling the blade of a knife. One eyebrow rose slightly, while his fingers—once steady—began to vibrate like silent violin strings. He took the thinnest brush, dipped it in the murky water where dry oil flakes floated, and waited. The canvas felt the air move between the damp bristles, heavy as eyelids closing. A laugh escaped his throat—a sound between a cough and the creaking of wood—and the studio filled with a coldness that smelled of evaporated turpentine. He then traced a circle in the air, once, twice, three times, until his knuckles turned white. The canvas perceived how the light broke on his gray hair, how his lips drew a white line. There was no color. There was no trace. Only the creaking of the boards under his feet as he backed away, slow as a broken clock. “It's not perfect,” he said, and this time his voice was the sound of paper being crumpled, “but it's here now.” He left, leaving the door open. The wind came in, laden with dust and cold, and the canvas shuddered at its touch. In the fogged mirror of the workshop, for a moment, it seemed to reflect not its own stains, but the specter of something that might once have been round.  [**](https://pixabay.com/photos/brushes-painting-art-paintbrushes-6056693/) ------------------ --------------------- -----------------  **CRÉDITOS** Banner elaborado en PSD con fotos propias y logo de [IAFO](https://www.instagram.com/iafospeakers/) Logos [redes sociales](https://png.pngtree.com/png-clipart/20180626/ourmid/pngtree-instagram-icon-instagram-logo-png-image_3584853.png) Traductor [Google](https://www.google.com/)