Su boca, abierta e inundada de humedad. Su espalda, tensa y brillosa, se arqueaba agitada. Los ojos fijos en el horizonte, mientras su piel exhalaba el olor a grasa y hierro. De pronto, se acurrucó contra el suelo frío, y un mordisco de dientes luminosos hizo que su cuerpo se deshiciera en píxeles, al grito ahogado de ella.


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