La batalla de Carabobo

@franvenezuela · 2025-07-04 15:30 · spanish
El amanecer del 24 de junio de 1821 despuntaba sobre la sabana de Carabobo, con un cielo teñido de sangre y oro. Yo, José Antonio Páez, cabalgaba al frente de mis llaneros, sintiendo el peso de la patria en cada latido. El aire olía a pólvora y tierra húmeda, y el rumor de siete mil patriotas, bajo el mando del Libertador Simón Bolívar, llenaba la llanura. Frente a nosotros, el ejército realista de Miguel de la Torre, nueve mil hombres atrincherados en las colinas, nos miraba con desprecio. El terreno, un embudo de pantanos y pendientes, los favorecía. Pero no conocían el alma del llano. —General Páez, ¿están listos los lanceros? —preguntó Bolívar, deteniendo su caballo junto al mío. Sus ojos, hundidos por noches sin sueño, brillaban con una chispa que no se apagaba. —Como el viento, Libertador —respondí, aunque mi pecho apretaba al pensar en los que no verían el atardecer. Me ordenó flanquear el camino real, romper las líneas enemigas y abrir paso a la infantería. La estrategia era audaz, pero el pantano a la izquierda podía engullir a mis hombres; las colinas, escupir plomo sin piedad. Asentí y galopé hacia mi división, la primera, formada por los batallones Bravos de Apure y los cazadores británicos. Mis llaneros, rostros curtidos por el sol, apretaban sus lanzas. Les hablé desde el caballo, con la voz firme pero el corazón temblando. —Hoy no peleamos por tierras ni por oro. Peleamos por Venezuela, por nuestros hijos, por lo que nos robaron. ¡El que quiera vivir como hombre, que me siga! Un rugido respondió. Espoleé mi caballo y cargamos hacia el flanco derecho realista. El polvo se alzó como un velo, y las balas silbaron desde las trincheras. El pantano nos frenó, con el agua hasta las rodillas de los caballos, pero embestimos la primera línea. Mi lanza atravesó el pecho de un oficial español; su grito se ahogó en el estruendo. En los primeros tiros, un mensajero llegó jadeando. —General, Pedro Camejo ha caído —dijo, con la voz quebrada—. Herido de muerte en la vanguardia. El nombre de Camejo, el teniente negro de Apure, me atravesó como una bala. Su risa desafiante, su machete destrozando enemigos, eran el alma de los llaneros. Por un instante, dudé. ¿Cuántos más perderíamos? El dolor se extendió por el ejército, pero el grito de mis hombres me arrancó del trance. — ¡Avancen, carajo! —grité, mientras los llaneros destrozaban la formación. Los realistas retrocedieron, pero su artillería desde las alturas seguía rugiendo. Bolívar envió al batallón Rifles a apoyarnos. Los británicos, con su paso mecánico, disparaban en filas, cubriendo nuestro avance. Tomamos el camino real, pero la sabana se teñía de rojo. La noticia de Camejo pesaba en cada golpe de mi lanza, como si su sombra cabalgara conmigo. La Torre ordenó un contraataque. Su caballería, pesada y ordenada, bajó como una avalancha. Mis llaneros, dispersos tras la carga, parecían vulnerables. Reagrupé a los míos y los llevé al galope, rodeando a los jinetes realistas. Nuestras lanzas, largas y ligeras, golpeaban antes de que sus sables nos alcanzaran. Uno a uno, los hicimos retroceder, pero cada golpe era un peso en mi alma. El combate duró horas. El sol abrasaba cuando las líneas realistas se quebraron. Bolívar avanzó por el centro con la segunda división, mientras Plaza presionaba desde la derecha. Los realistas, atrapados en su propio embudo, huyeron en desbandada. La Torre escapó con un puñado, dejando cañones y estandartes. Al atardecer, recorrí el campo con Bolívar. Los cuerpos —patriotas y realistas— yacían mezclados en la muerte. Él apoyó una mano en mi hombro: —Hoy aseguramos Caracas, Páez. La noticia correrá, y los realistas en la ciudad empezarán a desertar. Pero recuerde: no somos Napoleón. No nos coronaremos reyes por matar tiranos. Un prisionero realista, un joven de Cádiz, nos interrumpió: —¿Por qué pelean? Les dimos leyes, la universidad... Bolívar lo miró con pena. Yo limpié mi lanza ensangrentada y respondí: —Porque hoy no combatimos por libertad. Combatimos por ser eternos. Di media vuelta y dejé al joven con su derrota. Monté mi caballo y miré la sabana una última vez. La sangre seca en la tierra prometía que, aunque libres, pagaríamos caro cada paso hacia la eternidad de nuestra patria. ![](https://images.ecency.com/DQmRjvb3mhxVdyu4G1amhBHrEQwaPApegahHm55Fowg5X2p/british_library_pwry4pfu8us_unsplash.jpg) [**](https://unsplash.com/es/fotos/boceto-de-caballos-PWRy4pfu8us) ------------------ --------------------- ----------------- ![](https://images.ecency.com/DQmQWrvLP9v6YnGfjSPJdV1kDnrSVdo5GLMSpCqB2S1hptf/194018799_4411152745575806_2142728352369754531_n.jpg) **CRÉDITOS** Banner elaborado en PSD con fotos propias y logo de [IAFO](https://www.instagram.com/iafospeakers/) Logos [redes sociales](https://png.pngtree.com/png-clipart/20180626/ourmid/pngtree-instagram-icon-instagram-logo-png-image_3584853.png)
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