Caminamos sobre líneas rotas, mi pecho hundiéndose con cada trazo. En el parque, ella con su cuaderno gastado, escribimos: yo derramé hojas sobre su erotismo; ella, dos líneas secas: no quiero tus letras, ni que sirvas de musa. Nos miramos; mis ojos ardían, mi voz se quebró: su sonrisa fue la daga que terminó el trabajo. Catorce lunas después, trazo líneas rotas en hojas nuevas, escribiéndole sin su permiso, mientras ella sonríe borrando otros trazos.
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