El sol pegaba fuerte esa mañana de martes, de esas que te recuerdan que el verano ya está doblando la esquina. Desde mi ventana, en el cuarto piso de un edificio viejito pero con encanto, se veía el parque y la calle. Y, claro, la bandera.
Gigante, ocupando casi toda la pared del edificio de enfrente. Hoy se veía espectacular, el viento la había desplegado por completo y el sol le daba un brillo especial al sol del medio. Parecía que el cielo azul se había puesto de acuerdo con ella para una foto perfecta.
Me gusta ver cómo la gente va y viene. El colectivo 85 pasaba lento, como siempre, lleno a esta hora. Abajo, un auto gris esperaba en el semáforo y otro negro, un poco más elegante, estaba estacionado bajo la sombra de un árbol. Siempre me pregunto a dónde irán, qué historias llevarán dentro de esos coches.
Hoy vi algo diferente. Un hombre en una bicicleta azul, de esas que se alquilan, pedaleaba tranquilo, casi sin prisa. Me dio una envidia sana.
Yo aquí, arriba, con mis papeles del trabajo y él, disfrutando del aire, bajo la atenta mirada de la bandera.
Me imaginé que, al llegar a la esquina, se bajaría para comprar unas medialunas o que quizás iba a encontrarse con alguien en el parque. Las pequeñas escenas de la vida cotidiana. La bandera, orgullosa, parecía vigilar todo, un guardián silencioso de esas historias que pasan desapercibidas.
Era un buen día para vivir, pensé, un día para respirar hondo y apreciar el cielo azul y el baile del viento con los símbolos que nos representan.
Y para que te hagas una idea de cómo se veía la escena que te describo, aquí tienes una imagen:
**Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.**
**Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.**
