El granadero caribeño

@vgalue · 2025-08-22 00:01 · Top Family
Ángel tenía diez años y una sonrisa tímida que se escondía detrás de sus orejas. Vivía en Buenos Aires desde hacía dos años, pero todavía hablaba con ese cantito venezolano que hacía que sus compañeros lo escucharan con curiosidad. Le gustaba dibujar soldados con bigotes enormes y caballos que parecían nubes con patas. Pero nunca imaginó que un día él mismo se vestiría como uno. ![1000523574.jpg](https://files.peakd.com/file/peakd-hive/vgalue/2432SfMpLSZUaE1pdYnEFgDLu7rSDANS3YhrCdsz67y4r2Rr7S6qAuz5C5Bk1egVcWdtb.jpg) Todo empezó un martes, cuando la maestra de historia anunció que harían una obra sobre el General San Martín. “Vamos a representar el cruce de los Andes”, dijo, con los ojos brillando como si ella misma hubiera estado ahí. Y luego, como si fuera lo más normal del mundo, señaló a Ángel: “Vos vas a ser uno de los granaderos”. Ángel sintió que se le encogía el estómago. ¿Un granadero? ¿Él? Con su voz finita y sus zapatos que todavía tenían tierra del parque. Esa noche, mientras Bigotes —el gato del vecino que a veces se colaba por su ventana— dormía en su almohada, Ángel le susurró: “¿Y si me olvido la parte? ¿Y si me tropiezo con el sable?” El día del ensayo general, le dieron el uniforme. Era más grande que él, olía a tela guardada y tenía botones dorados que brillaban como si supieran algo que él no. Cuando se lo puso, sintió que no era Ángel, sino alguien más. Alguien valiente. Alguien que podía cruzar montañas. Pero los nervios no se iban. En el patio de la escuela, antes de salir al escenario, Ángel vio a su mamá entre el público. Ella le hizo una seña con la mano, como si le dijera “tranquilo, mi amor”. Y entonces, algo cambió. No en el uniforme, ni en el sable, sino en su pecho. Como si el corazón se hubiera puesto firme, como un soldado. Cuando le tocó hablar, su voz salió clara. Dijo su parte con orgullo, como si de verdad estuviera junto al General San Martín, mirando las montañas. Al final, todos aplaudieron. Pero lo mejor fue cuando su maestra se acercó y le dijo: “Hoy no solo fuiste un granadero. Fuiste un ejemplo.” Ángel sonrió. No por los aplausos, ni por el uniforme. Sino porque, por primera vez, sintió que su historia —la de un niño venezolano en Argentina— también podía formar parte de algo grande.

**Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.**

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