El implacable paso del tiempo

@vgalue · 2025-09-30 00:00 · spanish
Había una vez, en un recodo tranquilo de un río, una pequeña piedra gris y redonda. No tenía un nombre especial, era solo una de las incontables piedras que el río había pulido a lo largo de incontables años. La piedra estaba justo en el lecho, sintiendo el constante murmullo del agua sobre ella. Desde su lugar, la piedra lo veía todo. Vio pasar los troncos grandes, recién caídos, arrastrados con violencia por las crecidas de la primavera. Troncos fuertes, llenos de savia y que se creían eternos. Pero el río, ese viajero sin prisa, los empujaba, los golpeaba contra la orilla, hasta que, al cabo de muchos meses o años, se deshacían en astillas o se hundían, olvidados en el fango. ![1000542473.jpg](https://files.peakd.com/file/peakd-hive/vgalue/Ep7t9fBowBWtL7LcvkKS2G5dyVqgWxZwf42hXx3jBpoqBjjB7QiZdPDRyJFH3EKjACd.jpg) Vio a las hojas caer del gran sauce de la orilla. Una a una, de un verde vibrante a un amarillo enfermo, y luego al marrón crujiente. Cada otoño era el mismo ciclo. Las hojas llegaban bailando sobre el agua, se quedaban atrapadas un rato entre las rocas, y luego, lenta pero implacablemente, se disolvían, convertidas en nada más que un poco de sombra en el fondo arenoso. Incluso vio la orilla cambiar. Al principio, era una pared de tierra firme, con raíces fuertes que se agarraban a ella. Pero el río nunca dejaba de trabajar. Cada gota, cada corriente, se llevaba un pequeño grano de arena. Después de lo que a la piedra le parecieron unas cien crecidas, las raíces quedaron al descubierto, la pared se derrumbó con un sonido sordo, y el río había ganado unos centímetros más de terreno. La piedra nunca se movía mucho. Estaba cómoda, inmersa en la suave caricia del flujo constante. Pero incluso ella no era inmune. Un día, se dio cuenta de que tenía una pequeña muesca en un costado, una cicatriz. La había hecho un canto rodado más grande y travieso que la corriente había hecho girar sobre ella durante una tormenta especialmente fuerte. Al principio, la muesca era profunda y notable. Pero con el paso del tiempo, con la fricción constante del agua y la arena fina, la marca se fue suavizando, haciéndose menos profunda, hasta convertirse en solo un ligero cambio en su superficie. El río no la había olvidado, pero la había pulido. La piedra entendió entonces el mensaje simple del río: no importaba cuán fuerte o grande fueses, no importaba cuánto te aferraras al presente. El tiempo era el agua, siempre fluyendo, siempre implacable. No era cruel, simplemente no se detenía por nada ni por nadie. Desgastaba lo sólido, se llevaba lo efímero, cambiaba la orilla. Y lo que quedaba, como ella, no era la misma piedra que había sido. Era más suave, más redonda, con menos aristas. No había luchado, solo se había dejado estar, entendiendo que el único camino de la vida era seguir el curso, y que ese curso, el tiempo, lo cambiaría todo. Ahora, la piedra gris y redonda no se preguntaba qué pasaría mañana. Solo sentía el murmullo del agua, atestiguando en silencio el fluir sin fin de todo lo que existe.

**Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.**

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