Era un sábado cualquiera en el barrio, pero en la casa de Elvis no. Ese día, él había decidido que cocinaría algo especial. No hamburguesas, no asado, no milanesas. Esta vez, quería sorprender a su familia con algo distinto: ramen y sushi. Sí, como en los restaurantes japoneses, pero hecho por él, con sus propias manos.
—¿Ramen? ¿Sushi? ¿Vos sabés hacer eso, Elvis? —le preguntó su hermana, Lucía, mientras se sentaba en la cocina con una taza de mate.
—No sé, pero aprendí viendo unos videos. Además, si sale mal, pedimos empanadas —respondió Elvis, con esa sonrisa que siempre le salva cualquier situación.
Pasó toda la mañana cortando verduras, hirviendo caldos, armando los rollitos de sushi con arroz pegajoso y algas que había comprado en el supermercado chino. Su hijo, Tomi, lo miraba como si fuera un científico loco.
—¿Eso lleva pescado crudo? —preguntó con cara de sospecha.
—No te preocupes, el tuyo va con jamón y queso —le guiñó Elvis.
A las dos de la tarde, la mesa estaba lista. Ramen humeante en cuencos grandes, sushi en platos de colores, palitos chinos para quien se animara, y tenedores para los más tradicionales. Lucía trajo una botella de vino blanco, y Tomi puso música japonesa en el parlante, aunque nadie entendía nada de lo que decían.
—Esto está buenísimo, Elvis —dijo su mamá, sorprendida, mientras probaba el ramen con huevo partido al medio.
—¿Viste? No soy solo rock and roll —bromeó él.
Comieron, rieron, se pasaron los palitos, se mancharon con salsa de soja. Al final, Lucía levantó su copa y dijo:
—Propongo que el próximo sábado, Elvis nos cocine comida india.
—¡No! —gritaron todos al mismo tiempo, y se largaron a reír.
**Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.**
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