Ramón no era de los que se rinden fácil. Lo había demostrado el día que la viga cayó sobre él en la obra. Le había quitado la movilidad de las piernas, sí, pero no la terquedad que tenía clavada en el alma como una espina.
Después de meses de hospitales y rehabilitación, volvió a su pequeño apartamento. Las cuentas se amontonaban y la silla de ruedas parecía una barrera más alta que la de cualquier andamio. Una tarde, su vecina, Doña Elena, le regaló una caja de libros viejos que su nieto ya no quería. "Para que se distraiga, Ramón", le dijo con una sonrisa.

Mientras los hojeaba, la idea se encendió como un fósforo. Ramón siempre había amado el olor a papel viejo. Decidió que, si no podía volver a construir casas, construiría un puente de historias.
Invirtió lo poco que le quedaba en adaptar su camioneta Ford para que pudiera manejarla. Quitó el asiento del copiloto y puso un par de rampas plegables. El motor sonaba como un carraspeo, pero andaba. Y así nació "El Recorrido del Lector".
**Un tesoro en cada esquina**
El plan era sencillo: Ramón se pasaría los días recorriendo la ciudad, publicando en grupos de Facebook y pegando carteles en panaderías: "Compro libros usados. Pago justo. Paso a buscarlos."
Al principio fue lento. La gente era desconfiada. Tenía que explicar, con paciencia y una sonrisa un poco cansada, que no vendía nada raro, solo compraba. Y no podía bajarse de la camioneta, así que pedía a la gente que le acercara las cajas.
A veces le iba mal. Solo le ofrecían enciclopedias incompletas o novelas románticas deshojadas. Otras veces, la suerte le sonreía. En una casa antigua, una señora le vendió una colección de poetas chilenos en tapas duras. En otra, un joven le entregó manuales de carpintería de 1950 que eran verdaderas joyas.
Ramón no solo compraba; escuchaba. Cada libro venía con una historia: "Este se lo leía mi abuela antes de dormir," o "Lo usé en la universidad y me da pena tirarlo." La camioneta se convirtió en una biblioteca andante, repleta de pilas que olían a vainilla rancia, polvo y aventura.
Manejar, con los controles manuales, le dolía a veces la espalda, pero el peso del remordimiento por no hacer nada, ese sí que era insoportable.
**El valor de las historias**
Un día de lluvia intensa, Ramón estaba a punto de rendirse y volver a casa. De repente, recibió una llamada. Era el dueño de una librería que cerraba por jubilación y que quería deshacerse de todo.
Ramón fue. El local era un laberinto de estanterías vacías. El dueño, un señor de barba blanca llamado Don Ernesto, lo miró con curiosidad mientras Ramón maniobraba con su silla para evaluar el lote de libros que quedaba en la trastienda.
"Nunca me imaginé que el negocio de los libros fuera a buscarme a domicilio," comentó Don Ernesto con una risa suave.
Ramón le explicó su situación sin dar muchos detalles, solo la parte del accidente. Le dijo: "Don Ernesto, yo ya no puedo subir escaleras, pero puedo contar kilómetros. Estos libros merecen una segunda oportunidad."
Don Ernesto, conmovido por la determinación de Ramón, le dio un precio ridículamente bajo por la docena de cajas que quedaban. Entre ellas, Ramón encontró primeras ediciones de cuentos fantásticos que le harían la semana.
**Un nuevo capítulo**
Con ese gran golpe de suerte, "El Recorrido del Lector" despegó de verdad. Ramón empezó a vender los libros desde el maletero de su camioneta, estacionado en ferias y parques los fines de semana. La gente se acercaba, atraída por el olor y la curiosidad.
Ramón, sentado a un lado, les hablaba de los libros, no como un vendedor, sino como un guardián. Él no solo vendía papel; vendía el recuerdo de una tía, el apunte de un estudiante o el susurro de una abuela.
La camioneta continuaba recorriendo la ciudad, más pesada, pero con un propósito. Ramón ya no era el hombre que miraba al suelo desde una silla, sino el que miraba el horizonte desde el volante. Había cambiado una viga por una pila de libros, y un accidente por un camino propio.
Su emprendimiento no era solo comprar y vender; era moverse. Era demostrar que, aunque la primera página de su vida se hubiera roto, siempre se podía empezar un nuevo capítulo.
**Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.**
**Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.**