La señal

@vgalue · 2025-09-29 00:00 · Top Family
El padre Ricardo no era conocido precisamente por la brevedad de sus homilías. Los domingos en la parroquia de San Judas Tadeo podían ser largos, y esa tarde de agosto, el aire acondicionado de la iglesia ya había tirado la toalla hacía rato. Ana se abanicaba con el misal, intentando concentrarse en las palabras del padre sobre la virtud de la paciencia, una ironía que no se le escapaba mientras pensaba en el plato de lentejas que se le iba a pegar si no salía pronto a supervisar la cocina. ![1000545035.jpg](https://files.peakd.com/file/peakd-hive/vgalue/23uEsRCWC5pBAY4mThiAxvJLZjQs1FdG6bgfJ8yGdzmBrDKMrww8G9eN96rK5e41j2wW7.jpg) La verdad es que no estaba allí por la paciencia. Estaba allí por Mateo. Su hijo, de solo diez años, llevaba una semana con una fiebre que no bajaba. Habían probado medicinas, jarabes, compresas... Y ese día, Ana no le había pedido a Dios nada complicado ni grandioso. No le había pedido la sanación milagrosa de un ciego ni que se detuviera el sol. Simplemente le había susurrado, en un ruego silencioso mientras el coro entonaba un himno que conocía de memoria: "Solo necesito una señal, Dios mío. Algo pequeño. Solo dime que lo escuchaste, que Mateo va a estar bien." El padre Ricardo estaba justo en el punto de inflexión de su sermón, alzando la voz para recalcar un punto sobre la fe inquebrantable, cuando ocurrió. No fue un parpadeo. Fue un corte seco, absoluto. Como si alguien hubiera desenchufado el mundo. La luz se fue. No solo la de la iglesia, sino la de toda la calle. El aire acondicionado, que ya gemía, se calló de golpe. El órgano en pleno crescendo se detuvo a mitad de nota, dejando un silencio denso y repentino. En un instante, la iglesia quedó sumida en una oscuridad casi total. Solo unas pocas velas que adornaban el altar luchaban tímidamente contra la negrura, proyectando sombras temblorosas y gigantescas sobre las paredes y los pilares. Se escuchó un murmullo, una mezcla de sorpresa y algo de risa nerviosa. El padre Ricardo, a pesar del impacto, se recuperó con una tosecita: "Bueno, parece que el universo ha decidido darnos un ejemplo práctico de 'fe inquebrantable' en la oscuridad..." Pero Ana no escuchaba al padre. Tampoco sentía el calor ni el pánico colectivo. Se quedó mirando fijamente la llama de la vela que estaba junto a la imagen de San Judas. Esa pequeña luz, bailando en la oscuridad recién nacida, se sentía increíblemente potente. Y luego, notó algo más: un escalofrío que no venía del aire. No era frío, era... reconocimiento. Una señal. Un corte. Algo que había detenido el tiempo y el ruido justo en el momento de su ruego. Podría haber sido una sobrecarga. Un transformador viejo. Un gato cruzando los cables. La causa lógica le daba cien excusas. Pero en la penumbra de la iglesia, con el olor a cera y a incienso intensificándose, Ana se dijo a sí misma, con una certeza tan simple y poderosa como la llama de la vela: "Se fue la luz. Me escuchó." No necesitaba que se encendiera de nuevo con un flash milagroso. La interrupción era la respuesta. Era el universo diciendo: 'Silencio. Te tengo. Ahora, vete a casa y confía.' Se puso de pie con una calma que no sentía al entrar. No esperó a que llegara el generador de emergencia. Salió de la iglesia, dejando atrás el murmullo de la gente y la voz del padre que intentaba continuar la misa a viva voz. Al salir a la calle oscura, sintió una paz ligera por primera vez en días. La luz estaba apagada, pero algo dentro de Ana se había encendido.

**Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.**

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