Sofía, que justo había cumplido siete años, notó algo nuevo en la cabeza de su papá, Mario, mientras él le leía un cuento. No era la luz de la lámpara. Eran unos hilos finos, casi blancos, mezclados con su pelo castaño oscuro.
"Papá, ¿qué son estas líneas plateadas?", preguntó ella, tocándole la sien.
Mario, de 41 años, sonrió. "Son 'brillo de sabiduría', mi amor. Son canas".
A Sofía no le gustó el nombre. Su abuela tenía canas, y para Sofía, las canas significaban ser muy, muy mayor. La idea le pinchó el corazón como una espina. Su papá, el que la levantaba por los aires y le construía castillos de arena gigantes, no podía estar volviéndose viejo.
Esa noche, mientras cenaban, Sofía estuvo rara. Apenas probó la pasta.
"¿Qué te pasa, enana?", preguntó Mario, notando su silencio.
Sofía, con los ojos aguados, susurró: "No quiero que te vuelvas viejito. El brillo plateado es feo, papá".
Mario dejó el tenedor. Se acercó a ella, la abrazó fuerte y le susurró al oído. "Mira, mi sol. Este pelo no me quita la fuerza para jugar contigo, ¿verdad? Es solo una señal de que hemos pasado muchos años geniales juntos, y vamos a pasar muchísimos más. Cada hilo blanco es una aventura que ya vivimos. ¿Te parece si mañana estrenamos uno nuevo en el parque?".
Sofía se secó la mejilla con la manga. Al mirar a su papá, las canas le parecieron menos un signo de adiós y más un mapa de todo lo que habían compartido.
"Vale", dijo, con una media sonrisa. "Pero si aparecen más, tendremos que vivir el doble de aventuras".
Mario se rió. "Trato hecho, mi campeona". Y al abrazarla, el miedo de Sofía se convirtió en una simple anécdota. El brillo en el pelo de su papá solo significaba más tiempo con él.
**Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.**
**Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.**
