El aroma a pizza de cancha y a fugazzetta con queso de rayar siempre anduvo dando vueltas por la calle Pedernera, justo ahí, a la vuelta del cine.
Durante tres años, la esquina de Napo y Tucu, como le decían los pibes, fue el refugio de los que extrañaban a la abuela, o los que simplemente querían comer algo rico y sin vueltas. Pero de un día para el otro, el cartel de "Napoli vs. Tucumán" desapareció. En su lugar, un papel pegado con cinta de embalar anunciaba el cierre definitivo.

El Gordo Mario, dueño del boliche, se pasaba el día entero en la cocina, con su remera de la Selección manchada con harina y el delantal siempre roto en la cintura. Mario le ponía a la pizza el mismo esmero que le ponía a su equipo, el Nápoli de Maradona.
El nombre del restaurante era un chiste viejo que tenía con su hermano, el Tucumano, que se había mudado a Salta hacía años. El Tucumano siempre le decía que la pizza de cancha era una herejía, que la verdadera pizza era la de él, con su masa finita y crocante, la que hacían en su tierra. Así nació "Napoli vs. Tucumán", el lugar donde se libraba la guerra de los sabores.
El lugar era un bodegón sin lujos. Las mesas eran de madera oscura, las sillas de caño, y en las paredes, fotos en blanco y negro de Maradona, el Tucu y Mario, junto a los amigos que ya no estaban. En las noches de partido, el televisor viejo de la esquina se encendía y el griterío se escuchaba a media cuadra.
Pero un día, el gordo Mario se cansó. Ya no tenía la misma energía, los dolores en la espalda no lo dejaban en paz, y la soledad del local lo pesaba. La nostalgia del hermano, que cada vez venía menos, le dolía en el pecho, y el negocio ya no era lo que era. Había perdido su esencia.
La última noche, los de siempre se juntaron. La tía Susana, que vivía a la vuelta y venía a cenar todas las noches; Juan, el pibe que trabajaba en el cine de al lado; y los pibes que se juntaban a tomar una cerveza y a charlar. El Gordo Mario no paraba de llorar, abrazaba a cada uno y les decía que el lugar había sido su vida.
Al final, la guerra de la pizza terminó. El Gordo Mario se fue a vivir con su hermano al norte, y la calle Pedernera perdió el aroma a pizza de cancha y a fugazzetta con queso. La esquina del cine ahora es un local de ropa, y en las noches de verano, cuando los vecinos pasan por la vereda, se acuerdan de los sabores de la abuela, del Gordo Mario, y de esa guerra de sabores que se libraba en el barrio de Flores, la guerra del "Napoli vs. Tucumán".
**Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.**
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