El cielo era una sábana gris extendida sobre el barrio, y la lluvia caía sin prisa, con ese sonido suave y constante que lo envuelve todo. Elena se cubrió un poco más con su bufanda al entrar en "El Rincón", la cafetería de Don Antonio.

El contraste era inmediato. Afuera, el frío y el gris. Adentro, un calor acogedor y un olor a canela y café recién molido que te hacía cerrar los ojos por un instante. La humedad de la calle se quedaba en el felpudo, y ella se sintió instantáneamente a salvo.
Don Antonio, con su delantal manchado de café y una sonrisa que se le arrugaba alrededor de los ojos, saludó con un gesto. "El de siempre, ¿verdad, Elena?"
"Por favor, Don Antonio. Con ese pedacito de tarta de manzana."
Se sentó en su mesa favorita, junto a la ventana. Era el lugar perfecto para ver sin ser vista. Había solo otras dos personas: una señora mayor tejiendo con agujas de madera que hacían un suave clic-clic, y un joven con gafas leyendo un libro gordo. Nadie hablaba fuerte; el murmullo era bajo, como el crepitar de un tronco en una chimenea.
Don Antonio dejó su taza. Café solo, oscuro y humeante, con la tarta al lado. La taza de cerámica estaba un poco gastada, con un pequeño golpe en el borde, lo que la hacía sentirse real y vivida.
Elena tomó el primer sorbo. Era perfecto. Amargo, fuerte y caliente. Le quemó la lengua justo lo necesario para hacerla sentir viva. Se recostó en la silla y miró la calle.
Las gotas de lluvia se deslizaban por el cristal, deformando las luces de los coches que pasaban. Cada coche parecía una acuarela borrosa. El ruido de la calle, generalmente tan estridente, estaba amortiguado por la lluvia. Todo era más lento, más tranquilo.
No necesitaba su teléfono ni tenía prisa. Era solo ella, el calor del café, el olor a dulce y la sinfonía suave de la lluvia. Pensó en la gente que corría afuera, en sus oficinas, y sintió una paz profunda.
Este no era un café rápido para llevar. Era un ritual lento, un refugio.
Era la belleza de una tarde simple, donde la única tarea importante era terminar la taza antes de que se enfriara y disfrutar del silencio que se colaba entre los acordes de la lluvia. Se quedó un buen rato, saboreando cada sorbo y sintiendo cómo el calor le llegaba hasta el alma.
Cuando por fin se levantó, el gris del cielo no le pareció tan feo. Era el fondo perfecto para la luz que llevaba dentro.
**Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.**
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